Balance del Transantiago

(El Mercurio.14/07/2009)

Al implantarse, el Transantiago tenía menos buses y menos recorridos y daba un pésimo servicio, con muchos transbordos y largos tiempos de viaje. El que hoy circula es más satisfactorio, ya que los recorridos son más largos y con menos transbordos, y en algunos casos incluso se permite que dos troncales compartan recorridos y potencialmente compitan, algo impensable en el diseño primitivo.
Pero la diferencia esencial entre lo anunciado y lo real es que lo primero supuestamente se autofinanciaba, en tanto que lo segundo requiere subsidios por más de 700 millones de dólares anuales.

Si Chile hubiera podido predecir que el nuevo sistema de transporte público capitalino tendría semejante costo, tal vez habría optado por usos alternativos para esos recursos, manteniendo el sistema de buses amarillos, que se autofinanciaba, obtenía utilidades y pagaba impuestos. Una versión remozada de ese antiguo sistema podría haber dado un servicio similar al actual, a un costo mucho menor. Sólo el hecho de que atravesamos un período de abundantes recursos permite que éstos se malgasten sin que el público se inquiete. Pero en el futuro ellos podrían ser más escasos, dado el magro crecimiento de los últimos años.

El Transantiago ha mejorado, pero los tiempos de viaje siguen siendo largos y la contaminación no ha caído como se esperaba con los caros buses especificados para él. Algunos estudios muestran que la mala calidad del servicio inicial incentivó la compra de automóviles, lo que aumentó la congestión y eliminó los beneficios en términos de contaminación. Es difícil que este fenómeno se revierta, pues las familias que han hecho el sacrificio necesario para comprar un automóvil se han acostumbrado a sus ventajas. Así, los referidos 700 millones no han comprado los beneficios prometidos.

Si el proyecto original hubiera previsto un subsidio en vez de pretender el autofinanciamiento, probablemente el diseño habría sido similar al esquema actual, pero se habría evitado el traspaso de usuarios a los automóviles y, en consecuencia, habría menos congestión y contaminación, y los tiempos de viaje serían menores. Además, habría tenido un mayor número de usuarios, por lo que el déficit sería menor que el actual.

Ése ha sido el costo social de un errado diseño institucional del proyecto en su etapa de planificación. Los constantes cambios en el liderazgo del Transantiago llevaron a una concepción errónea del proyecto, y hubo ausencia del poder político necesario para acordar un diseño adecuado. En consecuencia, la responsabilidad de este lamentable resultado es finalmente política, y no técnica.