Infraestructura, Educación, e Idea de Ciudadanía

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Foto vía Flickr de catikaoe, bajo licencia CC.

Por estos días en que de a poco los establecimientos educacionales retornan a sus actividades normales, nos hemos encontrado con los anunciados nuevos rostros de los liceos emblemáticos que terminaron el 2008 con promesas de mejoras en sus infraestructuras dadas las deplorables  condiciones de éstas. Instituto Nacional, Internado Nacional Barros Arana, Liceo Manuel Barros Borgoño y el Liceo José Victorino Lastarria son parte de los emblemáticos liceos que recibieron una cuantiosa inversión para mejorar su “rostro”, y más que eso, sus condiciones de habitabilidad. Me gustaría, en todo caso, hacer una reflexión algo más allá del listado de obras y establecimientos.

Hace unos pocos días apareció en Plataforma Urbana el artículo “La idea de Ciudadanía de Transantiago: transporte para los pobres”. La pregunta en este artículo plantea, muy sintéticamente, hasta qué punto el modelo de desarrollo implementado en la ciudad de Santiago en relación a la movilidad, manifestado principalmente en la inversión en Transporte Público y Autopistas, prioriza el uso del automóvil como el medio de transporte principal, y deja al transporte público como parte de una estructura subsidiaria para quienes no pueden acceder al auto, es decir, los pobres; esta idea se presentaría en contraposición de lo que podría ser un medio de transporte competitivo con el automóvil, entendido como parte de un plan de ciudad y no como un remedio para quienes no pueden subirse, literalmente, al modelo de ciudad planteado, entre otros, por Marcial Echenique

Cuando el año 2006 miles de escolares repletaban las calles de Santiago, revolucionándolas hasta ganarse el título de Revolución Pingüina,

lo que estaban alegando se trataba de algo similar a lo que el artículo sobre Transantiago plantea: se trataba de exigir una educación de calidad, competitiva con la impartida por los colegios privados, un grito desesperado ante el evidente desequilibrio entre la educación para los pobres

y la educación para los ricos, dicho crudamente. Los dirigentes pingüinos surgieron en su mayoría de los mismos establecimientos emblemáticos mencionados en el primer párrafo, aquellos que corresponden de alguna manera a la elite de la educación pública y que pueden acceder a más oportunidades que la mayoría de los establecimientos, que lograron posicionar una demanda en nombre de miles de estudiantes.

Preguntarse sobre la calidad educación o el sistema de transporte público, se trata de preguntarse sobre un modelo de ciudadanía: ¿podemos entender los liceos como un subsidio para aquellos que no pueden acceder a un colegio particular? Si nos parece que uno de los problemas de Transantiago es considerar al transporte público como un subsidio para quienes no pueden acceder al auto y no como un bien para toda la ciudadanía, el liceo debiese ser entendido a su vez, no como el lugar de la educación para los pobres, sino como un espacio competitivo para toda la sociedad, como sucede en países desarrollados donde la educación pública es LA educación; y todos sabemos las consecuencias nefastas de una sociedad en que la educación general es de mala calidad.

El anuncio de estas magnas reformas en la infraestructura de los Grandes de la educación pública me llevó inevitablemente a esta reflexión. Infraestructura es solo una pata de un sistema muchísimo más complejo como es la educación. Pero si el consensuado fracaso del Transantiago puede servir para algo más, es sin duda para preguntarnos sobre los modelos de ciudadanía que estamos escogiendo para cada uno de los aparatos construidos desde el Estado; el transporte es uno, la educación, la salud, la vivienda, son otros.