Hipotenusas vehiculares, catetos peatonales

Imagen: Claudio Olivares @bicivilizate

La distancia más corta entre dos puntos es la más bella, solíamos decir en la escuela de arquitectura para justificar recorridos que frecuentemente se apartaban de la línea recta. Ocupando un lenguaje geométrico, dos catetos buenos son mejores que una hipotenusa mala, aunque los porfiados hechos nos dicen que tienen que ser demasiado atractivos como para preferirlos para circular.

Tomar atajos es una práctica tan antigua como caminar. Nada de raro en una actividad particularmente lenta y que para realizarse consume energía de quien la ejecuta. En la práctica, la mayor parte de la gente no está dispuesta a usar sus zapatos por más de 15 minutos o 1 kilómetro, lo que llegue primero. Una vez que se alcanzan esas distancias, el común de los mortales pone sus ojos en un vehículo motorizado. Bajo una perspectiva de fomento a lo no motorizado, si el mundo se redujera a un triángulo rectángulo, los peatones debieran tener la preferencia de uso de la hipotenusa.

El problema es que a veces los distintos modos entran en conflicto, y la autoridad, que rara vez camina, opta por lo más fácil, que es privilegiar los desplazamientos motorizados, aunque esto signifique incomodidades y sacrificios a los eslabones más débiles de la cadena de usuarios de la vía. Aunque cada vez son más las ciudades que adaptan sus cruces para hacerlos amables con los peatones, dando preferencia de paso, acortando distancias y tiempos de espera (ver el caso de cruces diagonales como el de Shibuya, Tokio, el más concurrido del mundo), la arraigada mentalidad motorizada presente en los servicios públicos sigue diseñándolos y administrándolos para aumentar la velocidad de los modos que de por sí ya son los más veloces. En aras de un supuesto sentido de la eficiencia, hacemos poco atractivo caminar, desalentando una forma cero carbono de movernos, adecuada para distancias cortas, y que con su sola presencia dinamiza social y comercialmente las calles de la ciudad.

Todo este cuento para decir que seguir las instrucciones del cruce de la foto es una buena mierda, que puede hacer que el señor peatón (aquí no ha llegado el lenguaje con perspectiva de género), aparte de sumar metros inútiles a su ruta, tenga que mamarse tres semáforos, incentivo suficiente para hacer caso omiso de las indicaciones, saltar una valla y seguir la ruta lógica de la línea recta, aunque esto signifique arriesgar la vida, que los automovilistas que giran allí lo hacen sabiendo que circulan en un entorno donde ellos juegan de local.

Cuando recojan sus sesos esparcidos en el pavimento, dirán fue culpa del señor peatón. Que no diga que no se le advirtió.