La cumbre del clima de París y lo imperativo de una solidaridad ambiental

Santiago, Chile. ©  Flickr usuario Jose Ignacio Stark Licencia CC BY-ND 2.0

Santiago, Chile. © Flickr usuario: José Ignacio Stark. Licencia CC BY-ND 2.0

Por Eduardo Leiva*.

En las últimas décadas, los gases de efecto invernadero, principalmente dióxido de carbono y metano, generados desde diferentes fuentes de emisión, se han acumulado en la atmósfera e impiden que la radiación que es emitida desde el planeta vuelva naturalmente al espacio, produciendo el calentamiento del planeta. Si las emisiones persisten elevadas y no se toman las medidas pertinentes, la temperatura del planeta hacia 2100 podría subir sobre los 3,5 grados Celsius causando consecuencias catastróficas sobre el medio ambiente y para la vida en la Tierra.

Dado lo anterior, a nivel mundial existe consenso en la necesidad de generar energías limpias y reducir significativamente las emisiones de estos gases. Por ello, el Acuerdo de París –impulsado por China y Estados Unidos– firmado por 195 naciones, en diciembre de 2015 en la Cumbre del Clima, persigue tomar medidas y acciones para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Esto lograría disminuir el aumento de la temperatura estimada hasta un máximo de 2 grados y, de este modo, evitar consecuencias desastrosas sobre el planeta.

El acuerdo entró en vigor el 4 de noviembre de 2016, cuando se logró el quorum suficiente de países que lo ratificaron (55). Su diferencia con el protocolo que Kioto (1997) radica en que, ahora, todos los países firmantes deben reducir sus emisiones y no solamente aquellos desarrollados. No obstante, la estrategia para lograr esto no es del todo clara y no se vislumbra sencilla.

En septiembre de 2016, Chile ratificó este acuerdo y se comprometió a bajar  sus emisiones en un 30% hacia el año 2030, tomando como criterio base los niveles alcanzados en 2007. A pesar de estas declaraciones auspiciosas, el escenario para materializar este compromiso no resultará sencillo, al igual que para gran parte de los países firmantes. En nuestro país, se ha registrado un aumento de gases de efecto invernadero en un 150%, con alrededor de 13.500 toneladas métricas adicionales desde 1990 a 2013, mientras que en el resto del mundo solo se produjo un aumento del 57%. Si bien es necesario tener cierta perspectiva para analizar estas cifras, tal como el impacto real del aumento de nuestras emisiones, las características de los tipos de gases liberados al ambiente y las necesidades crecientes enmarcadas en crecimiento económico y urbano que ha enfrentado el país durante estos años, es innegable que el aumento per cápita de las emisiones de nuestro país es considerable y que es necesario tomar conciencia del impacto de las acciones humanas sobre el medio ambiente.

Las medidas propuestas por Chile para lograr la meta del 30% de reducción no son del todo efectivas a la luz del análisis del departamento especializado en cambio climático de la ONU. Según este, con los planes presentados por 189 países entre los que se encuentra Chile, el aumento de la temperatura alcanzaría entre los 2,9 y 3,4 grados, muy superior a los aceptables para finales de siglo.

No obstante, también es necesario considerar la incertidumbre que tienen los modelos predictivos, pero aun así, este es un llamado de atención para hacer algo más. La respuesta inmediata puede estar en establecer medidas desde el Ejecutivo, que aporten a la reducción de la contaminación. El mejor escenario se debiese lograr a través de un cambio de conciencia individual hacia una solidaridad y empatía ambiental. Cuando se logre, todos los planes de descontaminación serán más efectivos en alcanzar las metas propuestas. Chile necesariamente debe y puede hacer más, pero –en vez de depender de las autoridades y políticas públicas– debemos tomar un rol activo como ciudadanos en beneficio nuestro, de nuestros hijos y de todo el planeta. Este es un llamado a cada persona que habita el planeta Tierra.

 

Eduardo Leiva es investigador del Centro de Desarrollo Urbano Sustentable (CEDEUS). Es bioquímico, magíster y doctor en Ciencias de la Ingeniería UC. Sus áreas de investigación son la Ingeniería Civil Ambiental y la biogeoquímica de ambientes naturales.