Estambul: la ciudad que genera continentes

Estambul, Turquía.

Desde la cima ya no se oía la ciudad. A lo lejos se veían las siluetas de los rascacielos y la entrada a el Mar Negro. Un transatlántico cargado de petróleo ucraniano se acercaba, listo para cruzar el estrecho. Y, como enmarcándolo, a ambos lados del Bósforo, cuatro columnas gigantescas.

Parecían como sacadas del Señor de los Anillos. Los ángulos rectos de las  imponentes estructuras contrastaban con la suavidad del bosque circundante. Supuse que eran torres de observación militar, diseñadas para intimidar a barcos enemigos; o radares de la OTAN, puestos ahí para monitorear más de cerca los movimientos de Rusia.

Sólo después de mi estancia en Estambul caí en cuenta: eran los fundamentos de aquel famoso tercer puente, causa de tantas y tantas manifestaciones.

Dos años después, un amigo turco sube una foto: la estructura estaba casi finalizada, las columnas sostenían sobre si una plataforma estilo nave extraterrestre. Miles de hectáreas de bosque serán urbanizadas por el nuevo flujo vehicular: en pocos años, el Bósforo se tapará de ciudad.

Vivimos en Europa, luego en Asia, y el chiste de los dos continentes pronto se hizo viejo. En uno de los mercados árabes más antiguos vimos monitores de televisión anunciando un Burger King; en los centros comerciales de Karaköy, el ir y venir de la mezquita al comercio.

El simple hecho de que uno se refiera a cierta zona de la ciudad como Asia o Europa rompe con el uso geopolítico de los términos, convirtiendo el espacio urbano en un reflejo  de choques más profundos. En Estambul el urbanismo islámico de calle serpentinas, laberínticas, centradas en las mezquitas y diseñadas para tener una relación íntima con las mercancías da paso, cruzando un puente peatonal, a un boulevard europeo con varias entradas hacia edificios parisinos.

Cuando estábamos ahí, acababan de inaugurar una línea de metro que corría por debajo del estrecho. El proyecto había tardado más de 10 años en realizarse por escándalos de corrupción, pero también porque los equipos que estaban escarbando se topaban cada semana con ruinas del periodo otomano y bizantino.  Es un metro profundo: para llegar al andén se tiene que bajar tres o cuatro escaleras eléctricas.  Sobre la cabeza de los usuarios flotan los transatlánticos, cruzados por los múltiples feries que salen, cada veinte minutos, de diferentes puertos. Más arriba, están los dos puentes.  Y aún más: los aviones, dirigidos hacia los dos aeropuertos de Asia y Europa: nodos importantísimos para el tráfico aéreo.

Turquía

La capacidad, de un puente, para juntar tierras antes desconectadas, refuerza, paradójicamente, la existencia de esas divisiones. La historia moderna de  Estambúl se puede contar teniendo en cuenta la construcción de los dos ya existentes.  Erdogan –anterior alcalde de Estambul– no es ajeno al simbolismo de estas construcciones: cuando las fuerzas armadas quisieron derrocarlo hace algunas semanas, lo primero que hicieron fue cortar la circulación de uno. De un golpe,  parraron la conexión entre los dos continentes.

Nuestro primer día en Estambul, el encargado de nuestro hostal nos mostró unos videos. En uno, un pálido corresponsal de la BBC —vestido de pantalones caqui y sombrero safari— atravesaba la ciudad como por una estepa africana hablando sobre el origen de un gran Imperio. En el otro, un Luis Miguel italiano llamado Giann Carlo llegaba a la ciudad en velero. “Por fin” decía desde la cubierta, el sol sobre su tez bronceada, la brisa despeinando su melena güera,  “el final de nuestro recorrido: Estambul,  el ombligo del mundo entero”.

Esta exotificación de Estambúl por parte de Europeos no es reciente.  El francés Pierre Lotí se mudó a Constantinopla para escribir historias eróticas de mujeres otomanas. Hay una calle con su nombre, y un café ubicado en la casa en la que vivió desde el cual se puede ver, a lo lejos, el fin del Cuerno de Oro y los rascacielos de Sisli. Su imagen —fumando narguile con nativos portando un bigote estilo Dalí y vestido otomano— aparece en postales de tiendas turísticas junto a camisetas de la Hagia Sophia rodeada de turbantes blancos y tazas de princesas otomanas en lujosos baños turcos.

Otro turista fue Mark Twain. Cuando éste llegó en barco, la ciudad se le apareció como un espejismo de las Mil y Una Noches: las montañas de la ciudad formaban un anfiteatro alrededor del mar, como si su razón de ser fuera rebotar el sonido del rezo; los barrios parecían amanecer acurrucados alrededor de las mezquitas, válvulas por las cuales pasaban —desde la madrugada hasta el anochecer— hombres de negocios, comerciantes, méndigos.

Pero cuando desembarca, Twain no puede soportar la extrañeza de lo ajeno. Al igual que a los españoles ante la Venecia azteca, el espacio se vuelve bárbaro. La primera impresión cede ante una ciudad de leprosos, degenerados. Lo llama un infierno.

La exotificación paga. Erdogan desarrolló una gran infraestructura turística que convirtió a Estambul en una de las ciudades más visitadas del mundo (11.87 millones en 2014). Al igual que muchas ciudades del tercer mundo, hay una gran preocupación por cómo los ven los ojos extranjeros. Sobre todo los Europeos. Para los turcos seculares, ésta visión es aspiracional.

El museo Istanbul Modern es un perfecto ejemplo de este complejo:  en la pared camino al baño  hay recortes de The New York Times sobre el nuevo cosmopolitismo turco y el posicionamiento del museo en los circuitos de arte europeo.  Las extensas biografías de los artistas en las galerías cuentan siempre lo mismo: “salió de Estambul, tuvo una estadía de equis años en París (o Berlín) donde conoció a otro, y juntos regresaron para fundar un taller de arte moderno.”

Pero Turquía ha sido rechazada una y otra vez por la Unión Europea. La razón es simple: si lo fuera, Estambul —con sus 17 millones de musulmanes— sería la ciudad más grande del continente. Como para expiarse su culpa la Unión Europea le otorgó a la urbe el reconocimiento de “Capital Europea de la Cultura” y así mantuvo vivo —y lejano—  el sueño europeo.

Esta urbe, dividida entre oposiciones aparentemente incompatibles –Musulman/Secular, Este/Oeste, Modernidad/Tradición–––ha sido, de cierta manera,  relegada a la periferia por Europa. Esto aun cuando su importancia geopolítica sea evidente. El Bósforo es, junto con el Canal de Suez y el Canal de Panamá, una de los ejes comerciales más importantes de la economía mundial. Cuando se realizó el golpe, inmigrantes turcos en Austria y en Alemania salieron a las calles. En Estambul se concentran muchos de los ejes financieros de la región. Su importancia no se puede negar.

Las divisiones soñadas por los geógrafos son bastante recientes, basta con ver los mapas de la vieja Constantinopla. Como capital de un Imperio, era un centro que nombraba su reino: la definición el espacio irradiaba desde la metrópolis hacia las periferias.

Para muchos en el Medio Oriente Estambul era, hasta hace poco, una prueba de que se puede ser tolerante y liberal en un contexto musulmán: en ciertos vecindarios como Beyoglu y Cihangir la trata de ciertas minorías, como las judías, parecía ser ejemplar. Pero con las nuevas relaciones políticas esto está cambiando: el totalitarismo  de Erdogan ha sido, en parte, una reacción al desprecio de Europa. Recientemente acusó, de su golpe de Estado,  a “Occidente”.

En un mundo de urbes globales Estambul ha perdido la centralidad, pero como ciudad-frontera tienen un gran poder generativo.  Las aduanas y los puentes crean el desplazamiento que las cruza, definiendo, en sus propias términos, lo que sucede más allá de ellas. Turquía se ha vuelto la nueva frontera de Europa: Erdogan ha negociado un tratado con la Unión Europea en el que recibirá a millones de refugiados sirios, como canje al libre movimiento de tucos. Desde hace algunos años Turquía se ha convertido en el punto neurálgico de las presiones que amenazan a Europa y Medio Oriente: ataques terroristas islamistas, golpes de estado y gobernantes con tendencias totalitarias.

Esto convierte en Estambul es un vórtice desde el cual se están generando nuevas geografías.  Europa. Asia. Es el tránsito diario de millones de personas lo que le da sentido a estos términos. Estambúl es la ciudad global que genera continentes.