Opinión: La Ciudad y el Puerto a la luz de un nuevo espejo

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Por Ignacia Imboden y Gonzalo Undurraga.

El Estudio de Impacto Patrimonial (EIP) entregado por el experto internacional Juan Luis Isaza, llama a dilucidar la confusión sobre la ciudad que queremos, como un espejo que de pronto nos refleja una verdad que no se ha querido ver a pesar de lo evidente y que es urgente asumir con lo que le queda de amor propio a Valparaíso.

Si el patrimonio es lo que se destaca de entre lo público, como contenedor de una identidad cultural determinada, el EIP advierte que es en ello donde se encuentra nuestra ruina cultural, como algo esencial que ha dejado de ser valorado por todos. Así, el Estudio ha sido un aporte para comprender – desde la acepción de “calamitoso” -, la necesidad de acelerar una revisión en lo que queremos entender por lo que nos es común.

Encargado por la Dibam y financiado por la EPV, es tremendamente objetivo e imparcial para establecer que la gestión pública en su conjunto, ha generado un retroceso al proceso de recuperación urbana y patrimonial, afectando de paso las decisiones estructurales que se han ido tomando en Valparaíso.

La Declaratoria Unesco terminó por trabar la relación interinstitucional, originando procesos paralelos y en consecuencia, un escenario de conflicto y no de oportunidad. Una visión fragmentada en detrimento de lo público quedando la objetividad y el sentido común en un plano cada vez más difuso. Proceso acelerado, a su vez, por el deterioro urbano y la polarización de grupos atrincherados, en la paradoja de una sociedad incapaz de asumir compromisos complejos que requieren pausa, reflexión, visión y generosidad para sentarse a dialogar.

Resultado: masa crítica casi inexistente y nula capacidad de la ciudad de conformar su propio relato y discurso desde el liderazgo político, ante amenaza de este hijo de la ciencia -nuestro propio Prometeo- llamado T2. ¿Síntoma nacional?

Es que lo que tenemos va más allá de un efecto NIMBY local. Además de los que ven afectados sus intereses, “sus” vistas o los anhelos de movilidad social desde parcelas aisladas de desarrollo, está en juego una necesaria cautela por la actividad portuaria frente a la válida necesidad de la comuna de asumir una verdadera autonomía económica, como Capital Regional y Centro Histórico del Área Metropolitana. Un choque de intereses, ambos legítimos, que en suma generan un calamitoso “perder – perder”. Síntoma nacional pues, cuya consecuencia es que importantes proyectos nazcan muertos, por fallas de origen en el proceso.

Faltó una discusión técnica más profunda para evaluar rentabilidad efectiva y eficiente de expansión en aguas abrigadas que evitara este choque de legitimidades. Faltó emplazar al Puerto a asumir rol articulador para una convivencia sustentable entre éste y la ciudad, como un solo órgano vital, antes de licitar y adjudicar nuevas obras. Ahí reside la posibilidad de una compensación virtuosa para ambos usos; urbano metropolitano y portuario regional. Ahí está clave para revertir estigma de Valparaíso transformándolo en una zona de oportunidades, abrochando nuevamente relación exitosa y equivalente entre ciudad y puerto, que es lo que la gran mayoría de sus habitantes desea. Porque las aguas abrigadas también son un patrimonio urbano.

Sinergias apetecidas en la política bienaventurada, porque elevan la discusión de las bases del electorado, de las organizaciones civiles y de la academia, nutriendo los argumentos desde la inteligencia local, mejorando la calidad de las ideas, recuperando un relato para la ciudad como proyecto de Cultura.

Isaza plantea una compensación equivalente al desperdicio de una oportunidad histórica, lo que no logra desmarcar al concesionario de hacerse cargo de los impactos de su negocio: imposible. El grupo español podría buscar una salida por la vía judicial aplazando más y más la solución.

Logrado este marco, ha llegado el momento en que el Estado asuma una postura firme, a un costo que no supere el de la compensación del escenario actual, diseñando un proceso público privado – aún posible – de integración urbano portuaria, con la conformación de una Comisión Técnica idónea y vinculante, a la altura del desafío.

Propuestas que requieren un empujón desde una nueva visión ciudad puerto hay decenas. Como las que se vienen discutiendo para Almendral y el Barrio Puerto, la de crear la Ley que forme una Corporación que administre el Sitio Unesco con patrimonio propio, o los proyectos de movilidad urbana. Siendo este un territorio compacto, una gran obra de confianza para el puerto y la ciudad en su activo principal que es el borde costero, abriría una puerta con recursos a la vena, permitiendo un plan de reversión de pasivos asociado a la integración de los presupuestos local, regional y sectorial, poniendo agenda y destino a la discusión.

Para que esto avance, debe integrarse a la ciudadanía y ésta apoyar convocatorias y reconocer nuevo esfuerzo del Gobierno, que comenzó con la Dibam y que debe seguir por la línea de un acuerdo político y ciudadano en base a argumentos técnicos. El Informe es un llamado de atención también a la comunidad, a no fragmentar más el diálogo interinstitucional y ciudadano, dejando de lado las desconfianzas por muy enraizadas que estén.

Si actuamos bien frente a este nuevo espejo, la expansión del puerto será una gran oportunidad para la recuperación económica, social y cultural de la ciudad. Demostrar que somos capaces de ponernos de acuerdo cuando hay escenarios complejos. Que podemos pasar de la compensación a la creatividad colectiva, bien ulterior que proyecta los destinos de la ciudad como organismo vivo y no como zona de sacrificio.

Quién lidere esta conversación, de hacerlo con objetividad y profesionalismo, tiene el éxito asegurado. De lo contrario seremos todos culpables, por no haber sabido apreciar lo que vimos alguna vez en este espejo que vuelve a retratarnos.

Columna originalmente publicada en El Mercurio de Valparaíso.