Valparaíso: Desconfianzas, apariencias y transparencias

© Imagen de Esfema vía flickr

Por Ignacia Imboden y Alberto Texido. 

Mientras la Comisión Engel, no sin dificultades, ha propuesto una línea correctiva para implementar mejores prácticas que eviten la corrupción, el tráfico de influencias y regulen los conflictos de interés que se puedan dar en torno al Estado, se da por estos días -en la bahía porteña-, un extraño capítulo de secretismo, que tras la imposición de una serie de anuncios de inversión sectorial, minimiza y evade dar a conocer el Estudio de Impacto Patrimonial (EIP) de la ampliación del puerto de Valparaíso, encargado al consultor colombiano Juan Luis Isaza, el cual fue entregado y la opinión pública espera conocer sus contenidos.

El caso descrito abre enormes interrogantes sobre los pasos adecuados que como sociedad debemos darnos para fortalecer la transparencia activa y de ello, naturalmente, surgen inevitables preguntas: ¿puede acaso una institución pública, financiada y regulada por el Estado, velar por el interés propio -o el de sus miembros ocasionales-, por sobre el interés colectivo que le da mandato, sentido y le exige la máxima calidad posible en sus planes, proyectos y procedimientos?

Desde hace una década, sabemos que ya no son los tiempos de papeles y timbres y que hoy la información, especialmente aquella que tiene directos efectos sobre nuestra calidad de vida, debe estar disponible en todo momento y para cualquier ciudadano, visible y accesible. Los recursos intelectuales y tecnológicos existen de sobra para instalar una nueva forma de moverse, de disponer de datos y de administrarlos en el contexto de un sistema representativo y democrático.

Este botón de muestra que exponemos, favorece la generación y ampliación del clima de desconfianza que tiene invadidas las relaciones sociales en Chile y colabora de manera sustantiva en consolidarlas. No deja de ser significativo que gran parte de la sociedad local no se extrañe de estas situaciones, como acostumbrados a un clima donde es normal que cosas de esta naturaleza sucedan. Llama la atención la coincidencia con cierta impunidad que acepta que en Valparaíso todo esté permitido, como los rayados en las paredes que ya se hacen a vista y paciencia de todos como si fueran parte de un paisaje animado.

Las ciudades y las sociedades, para progresar, deben fundirse en grandes acuerdos que les permitan trazar al largo plazo. Para que aquello funcione, resulta fundamental que todos quienes concurren a la construcción conjunta de una visión territorial y urbana lo hagan desde la confianza y no desde la apariencia y eso supone desde luego fundar las decisiones… y fundarlas bien.

La confianza, deteriorada en nuestro sistema político y de representación, solo se tornará recuperable con intenciones de transparencia y con demostraciones explícitas que garanticen que el ser y el parecer caminen por la misma ruta que fundamenta toda decisión técnica. La peor trampa para no superar ese estado imperfecto, ese “exitismo conformista” que no permite reconocer errores, es persistir como un mantra señalando que la única y última palabra es unilateral. No dar a conocer el estudio que hemos comentado, es solo una proyección más de todo lo que hemos visto en torno a los proyectos de infraestructura conocidos para nuestra bahía.

Como ha planteado el Arquitecto Alejandro Aravena, premio Pritzker 2016, la escasez de la que padecemos no tiene que ver con el dinero disponible, sino por una triste barrera que evade y elude las posibilidades de coordinar al Estado, sus regulaciones y partes, en favor de la acción integral y multisectorial que el espacio que habitamos exige cada día con más urgencia. Nuestro gran déficit ha llegado a ser el dejar de sorprendernos de nuestra tremenda incapacidad de coordinar, que en el fondo es la incapacidad de conversar por la comodidad de operar en compartimentos estancos, tras un escritorio y con anteojeras.

Sin transparencia no hay consenso, y sin consenso no hay posibilidad de transformación urbana relevante y representativa. La transparencia no es solo un deseo, sino una meta de la sociedad y también un propósito que debe inspirar los procesos. Y como sabemos (y vaya como lo sabe Chile!!), la transparencia no está en su “momento peak” de manera que las instituciones deben hacer especiales esfuerzos para mejorar, no resistiéndose al cambio y menos persistiendo en prácticas que son contradictorias con el curso que la sociedad está intentando tomar, en particular, cuando el informe citado tiene como telón de fondo ni más ni menos que a la propia Unesco.

Esta columna fue originalmente publicada en El Mercurio de Valparaíso.