Columna destacada: Civilización / Sebastián Gray

Gran preocupación ha causado durante muchos meses la posible demolición del edificio de la Protección Mutua de los Empleados Públicos de Chile en Rosas con Morandé, que sería reemplazado por una torre residencial. Entre revisiones de permisos y recursos de protección su futuro aún parece no estar definido.

A partir de la situación de este edificio, Sebastián Gray, Arquitecto y ex Presidente del Colegio de Arquitectos, publicó la siguiente columna en El Mercurio, el pasado sábado 26 de diciembre:

Civilización

Convertido en cause célebre de la conservación del patrimonio urbano versus el desarrollo inmobiliario sin riendas, el edificio de la Protección Mutua de los Empleados Públicos de Chile, levantado en 1924 en pleno centro de Santiago, está a punto de caer. Bastó un leve paréntesis entre recursos judiciales para que los propietarios, ávidos, se precipitaran a demolerlo de madrugada. Alcanzaron a dañarlo.

Es un edificio bellísimo, muy bien construido y en perfecto estado de conservación. No caerá porque sea inútil, sino porque las normas que fueron impuestas sin consulta ni acuerdo público sobre la ciudad en décadas recientes permiten que en ese lugar se construya diez veces la superficie del antiguo edificio, con la consiguiente multiplicación de su rentabilidad, lo que en efecto constituye su sentencia de muerte. Y es que así fueron diseñadas esas normas, con ese propósito: promover el desarrollo inmobiliario, entendido apenas como desarrollo económico, pero sin importar sus consecuencias culturales y sociales.

Nadie hizo juicio de si lo que se construirá ahí será probablemente más feo, de peor calidad espacial y constructiva, si contribuirá al deterioro del espacio público en su negación de la calle o si promoverá una vida colectiva mediocre por alienada, como de hecho ocurre en los enormes edificios de cientos de diminutos departamentos que proliferan en la zona.

Es imposible construir una mejor ciudad, y, por ende, una más bella, sana y justa, si para hacerlo arrasamos además con la memoria. Las ciudades fundan su identidad y sentido de orgullo en la memoria, y la memoria está hecha de elementos tangibles -edificios, monumentos, espacios públicos, paisajes– como de intangibles que se sostienen en el mundo material: costumbres, tradiciones, atmósferas.

Las ciudades chilenas, que han perdido casi todo su esplendor por cataclismos, ignorancia, falsas pretensiones o simple codicia, necesitan desesperadamente preservar lo que queda de su memoria. Es por eso que debemos impedir la pérdida de lugares significativos, como este y otros edificios. La civilización está hecha de sumas y superposiciones creativas, no de destrucciones antojadizas ni un eterno comenzar desde cero.

En el caso de las ciudades y su arquitectura, la modernidad de países más desarrollados o sensibles que Chile nos ofrece innumerables ejemplos de valorización y conservación patrimonial como un buen negocio inmobiliario. Un empresariado culto, responsable e inteligente comprende esto de antemano, y no necesita enredarse en pretextos.