Opinión. Valparaíso: T2, ¿avance o retroceso?

 

Uno de los aspectos que marcó -desde una perspectiva chilena- la reciente sesión 39 del Comité de Patrimonio Mundial de la UNESCO es la problemática de la construcción del Terminal 2.

Si bien el Estado de Chile debe entregar una Evaluación de Impacto Patrimonial y la aprobación del proyecto está sujeta a condiciones, el organismo internacional no cuestionó el fondo del asunto: el emplazamiento del proyecto. La discusión ciertamente sería banal si Valparaíso no tuviese el mar, la geografía excepcional y el patrimonio único que tiene. Otra cosa sería si fuese una de tantas ciudades en Chile azotadas por terremotos, incendios, y muchas veces peor, por el descuido, el mal gusto, la mala gestión o derechamente la corrupción. La pregunta es obvia, pero hay que hacerla de nuevo: ¿cuál es el aporte del T2 al desarrollo de la ciudad?, y ¿qué tipo de ciudad queremos habitar?

No hace falta subrayar la “identidad múltiple” de la cual vive la ciudad: la actividad marítimo-portuaria, la actividad universitaria y cultural, y toda la actividad derivada del “valor excepcional universal” del Valparaíso patrimonial con sus edificios, cerros, ascensores, escaleras y barrios. No se trata de cuestionar la actividad del puerto, pero surgen dos dudas centrales. Primero, una respecto al impacto económico y social que va a tener realmente el T2 en Valparaíso. Según los detractores sólo va a generar cerca de 480 empleos, mientras que EPV habla de 1000 empleos directos. No es tanto, ni tan poco. La pregunta es si eso llegará un factor dinamizador real de la economía porteña y si guarda relación con el cierre de un frente de 800 metros lineales de borde costero con contenedores y grúas.

La experiencia comparada muestra que la tendencia en España en los últimos 20 años ha sido precisamente la contraria: liberar los bordes costeros y fluviales de la actividad portuaria e industrial e incorporarlos a través de la renovación urbana a la ciudad. El éxito de estos proyectos en Barcelona y en Bilbao es elocuente. Un ejemplo basta: en un lapso de 12 años los visitantes en Bilbao subieron de 24.300 a 625.000. Esto muestra que la disyuntiva entre desarrollo económico-social o desarrollo urbano-patrimonial es falsa; que si no se construye el T2 en la ubicación propuesta la ciudad perpetuará su precariedad. En la capital catalana el puerto sigue funcionando -ciertamente desplazado en su ubicación-; pero la ciudad profita de grandes cantidades de turistas que la visitan, entre otros, por su borde costero abierto e integrado a la ciudad.

Actualmente Valparaíso no tiene un frente marítimo abierto a la ciudadanía en lo que respecta a la parte céntrica de la ciudad,  y el punto no es que no haya propuestas para la habilitación de un paseo costero. De hecho en la última Bienal de Arquitectura en el Parque Cultural Valparaíso se hizo una. La ciudad-puerto ciertamente tiene dos problemas acuciantes: uno de mala gestión municipal -que se arrasta durante décadas- y otro de desfinanciamiento crónico. La ciudad está quebrada. Con todo, hay un acuciante problema de visión y de voluntad política. Se echa de menos un visionario, un Vicuña Mackenna del siglo XXI, que se atreva a pensar la ciudad más allá del período electoral de 4 años y del rédito cortoplacista. Dado que los distintos estamentos políticos -desde La Moneda hacia abajo- han dado el vamos al T2 y la irreversibilidad es inminente, lo mínimo es que el gobierno regional y el gobierno central garanticen la habilitación de un paseo costero en el pequeño borde libre ubicado entre el terminal de pasajeros en Avenida Francia y Barón. El mar es inherente al valor excepcional universal de Valparaíso y el acceso a él, a través de un proyecto de renovación urbanístico -ojalá sin mall-, es una puesta en valor que aportará más calidad de vida y retornos económicos. El mar y su acceso deben pasar de quimera a realidad.