¿Pueden sobrevivir nuestras ciudades… a los arquitectos?

El título se debe a un gran y olvidado libro de Josep Lluis Sert, escrito durante la segunda guerra mundial. Sert sintetizó las ideas del Movimiento moderno a partir de las CIAM (Conferencias internacionales de Arquitectura Moderna) y sus ideas propias y de otros jóvenes profesionales , como Josep Torres Clavé muerto en el frente republicano durante la guerra civil. Sert como Torres Clavé tuvieron una estimulante relación con Le Corbusier pero como se percibe en el libro citado posee una especial sensibilidad ciudadana que no siempre tuvo el líder de las CIAM.

Los arquitectos pueden ser también urbanistas pero no todos los arquitectos, ni mucho menos, lo son. Y hay urbanistas que no han sido arquitectos. Como Ildefonso Cerdà, ingeniero civil y uno de los fundadores del urbanismo moderno. Hay urbanistas que proceden de carreras técnicas o de las ciencias sociales y de la gestión pública. En realidad el urbanismo es una práctica aunque con el tiempo y la acumulación de experiencias y análisis crítico ha constituido un corpus doctrinal respetable y bastante más sólido que las ciencias sociales académicas que no disponen de la verificación en la vida social.

¿Pero son los profesionales los decididores de la ciudad?

Hace unos días un arquitecto en una entrevista en El País acerca de la ciudad de Barcelona afirmaba rotundamente “somos los arquitectos los que volveremos a decidir el urbanismo”. Reconozco su habilidad periodística pues proporcionó al periodista un titular que llama la atención. No voy a entrar a discutir si los profesionales del urbanismo no procedentes de la arquitectura pueden ser iguales o inferiores a los arquitectos. Creo que la respuesta es obvia y además estoy seguro que Montaner la comparte. Lo que me parece preocupante es que los profesionales, arquitectos u otros, puedan considerarse los que deciden lo que deben ser los planes, las normas, los proyectos, los programas o las intervenciones en el territorio.

El urbanismo condiciona la vida del conjunto de los ciudadanos, de los actuales y de los que vivirán más tarde. El urbanismo puede servir para la acumulación de capital o para la reproducción social, puede contribuir a la convivencia entre los ciudadanos de todas las clases o generar la segregación social, favorece o acentúa las desigualdades, establece prioridades a favor de unos grupos sociales o económicos u otros,promueve el espacio público o la privatización del habitat, està al servicio del auto privado o del transporte público, integra la dimensión ambiental o se adapta a los usos consumistas, etc.

El urbanismo es pues una dimensión de la política, de lo colectivo. Es un campo social conflictual de intereses, valores y necesidades. Es un territorio donde se expresa la lucha do clases entre los que ven en la ciudad una expectativa de beneficios privados y los que ven en ella el ámbito de ejercer sus derechos de ciudadanía.

Son las fuerzas sociales y sus expresiones políticas las que orientan el urbanismo. La ciudadanía, los grupos sociales, económicos o culturales, de forma explícita en unos casos y ímplicta en otros expresan sus demandas. Y las instituciones políticas lo traducen, más o menos bien y según los intereses a los que responden, en programas políticos debatidos, más o menos, con la ciudadanía. El urbanismo es un conjunto de actuaciones públicas de carácter político. Obviamente se deben traducir en sus dimensiones físicas, sociales, jurídicas, financieras, etc y en un marco democrático esta traducción merita debate ciudadano. El urbanismo no lo deciden los profesionales a partir de su saber técnico. La técnica es imprescindible pero puede servir para lo mejor, para lo peor o para nada. Es decir para nada útil al interés público.

Actualmente las ciudades, sus gobernantes y los poderes económicos y mediáticos han valorizado principalmente a los arquitectos poco urbanistas, más bien fabricantes de objetos singulares y que casi siempre han prescindido del entorno urbano y de un proyecto de ciudad.

La substitución del urbanismo por la arquitectura es una regresión en todos los sentidos: cultural, social, política. La arquitectura ostentosa, “tape-l’oeil”, con pretensiones de marcar simbólicamente el territorio, afirma el poder del dinero y de las autoridades y sobretodo hace el juego a la economía especulativa y al urbanismo excluyente. Además la multiplicación de estos objetos presuntuosos les hace perder su sentido, “lo excesivo deviene insignificante” como dijo Talleyrand.

Exaltar a los arquitectos productores de objetos urbanos, que menosprecian o ignoran la cultura urbanística acumulada, instalados en “un sublime atardecer” (como los calificó hegelismente Graciela Silvestri en un excelente artículo en Punto de Vista), contribuyen a disolver la ciudad. En nombre del arte generan la alienación urbana, ciudades-objeto del deseo de minorías y urbanizaciones sin ciudad, sin sentido y sin ciudadanía.