Valparaíso: Un Consenso para la Polis

Por Macarena Carroza y Alberto Texido. Corporación Metropolítica.

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En todo contexto, pero con diferentes grados de evolución o estancamiento, el desarrollo de las ciudades portuarias debe plantearse como un proceso complejo.

En el último tiempo y en ausencia de una visión consensuada, la dicotomía del caso de la bahía de Valparaíso nos expone un conflicto o una colaboración, según desde donde se mire, aún más notoria que la de otras zonas costeras del gran Valparaíso, o incluso del país, dado que alberga un sitio declarado Patrimonio de la Humanidad de UNESCO, único de condición urbana en Chile y primero en el mundo reconocido como patrimonio moderno. Con estos antecedentes, el desarrollo portuario o de cualquier otra de las industrias de la ciudad puerto, no debiesen desvincularse de aquellas escasas convenciones que reconocen y protegen la excepcionalidad y unicidad del paisaje de Valparaíso.

El paisaje cultural hoy significa mucho más que un conjunto de edificios históricos protegidos, o sitios característicos, superando la idea de una postal. Más bien, considera una sumatoria de atributos que definen la identidad de la ciudad: sus habitantes, su comida, sus barrios, los espacios públicos, sus economías locales, la movilidad y todas las interacciones que ocurren entre ellas. Es la integración de experiencias que son propias de ese lugar y no de otro, la que genera un ecosistema cultural que da valor a sus habitantes y desde donde, en un acuerdo colectivo urgente, debiéramos ejercer el diseño y planificación para el buen funcionamiento de la ciudad-puerto.

Por lo tanto, esto no sólo implica conservar la ciudad construida, sino también reconocer una condición base para dinamizar su economía y lograr una equidad urbana que integre y no segregue a sus habitantes, dotando decididamente a la ciudad de mayor calidad de vida, construyendo contextos urbanos amables y virtuosos en todos los ámbitos que cualquier ser humano valora: higiene, seguridad, espacios públicos, movilidad accesible y trayectos eficientes, que permitan liberar tiempo para la recreación, el encuentro, el diálogo y tantos otros intereses. Ciudades que merecemos 9 de cada 10 chilenos que hoy las habitamos.

Pero enfrentar tales desafíos requiere volver aprender y a maravillarse con la posibilidad de generar cambios a través del diseño y la planificación urbana, integrando diferentes disciplinas para lograr conciliar las propias complejidades de las ciudades. Con nuevos liderazgos ciudadanos que activen procesos auténticos de desarrollo. Para ello, es importante ponderar la responsabilidad que existe en los tomadores de decisiones, sobre el campo de actuación en las ciudades, desde donde podemos ejercer como ciudadanos, votantes o contribuyentes todos los valores que fundan nuestra identidad y derechos como seres humanos, también como seres urbanos.

Basta observar los conflictos actuales para darnos cuenta de la importancia de estar representados en los temas que inciden nuestra calidad de vida como seres urbanos: emplazamiento y diseño en los proyectos en el borde costero, la altura en las edificaciones, los barrios deteriorados y abandonados, la escasez de espacio público y conectividad, la segregación de los campamentos en las zonas altas de la ciudad, la delincuencia en aumento, la suciedad, entre otros.

Así, una forma de abordar la complejidad multiescalar de lo que podemos hacer, es relevar tendencias de actuación que cubran las brechas de un diagnóstico relativamente conocido de condiciones urbanas deficitarias que van en contra de la cultura viva que es la ciudad formal e informal.

A modo de esbozar un voto programático comprometido, podemos identificar al menos 3 líneas desde las cuales proponer y desde donde exigir gobernanza, con el objetivo de resolver en nuestro caso, las relaciones de la ciudad-puerto con su territorio y habitantes:

Integrar territorio, sistemas metropolitanos. Promoviendo la identidad comunal, el pensamiento crítico de la región y relevando la actuación urbana como sistemas urbanos metropolitanos, integrar la ciudad puerto  con la zona plana de los barrios patrimoniales y paralelamente con las zonas segregadas y en riesgo en la parte alta de los cerros. Asimismo con las ciudades del interior del área metropolitana donde un porcentaje alto de los habitantes de la ciudad puerto tiene una interacción laboral o familiar.   Fortalecer las rutas locales comerciales para un potencial mayor y creación de diferentes industrias.

Programar desarrollo, consenso ciudadanos. La conocida identidad múltiple de la ciudad puerto, implica reconocerlas colaborativamente, evitando la imposición de una por sobre la otras y desafía a la autoridad a lograr determinar ejes programáticos para mejorar la calidad urbana desde los ciudadanos. Desde un ordenamiento de prioridades y actualización de  procedimientos normativos para simplificar y acortar la vía crítica de los proyectos.  Programas que se orienten a la habitabilidad, a la conectividad, a potenciar lo local como industrias, a proteger con dinamismo económico los atributos de valor de la ciudad puerto.

Planificar y Gestionar con la ciudad. La visión de consenso deberá hacer coexistir al fortalecimiento de industrias que ya están en desarrollo, como la educación, el turismo y el puerto, con elevar los estándares urbanos y de usos tanto en las zonas subutilizadas o deterioradas, como en toda la  informalidad periférica. Estas acciones además deben articular a la comunidad de 300 mil estudiantes del Gran Valparaíso, que puede aportar a la generación de ideas y desde donde pueden emerger en los distintos campos de la ciudad emprendimientos que resuelvan temas medioambientales, de conectividad, de higiene, de equipamiento, entre otros.

Todo ello y otros niveles de actuación suponen una coordinación importante y diálogo permanente entre todos los actores de la ciudad, que requiere poner en valor el patrimonio más dañado de la ciudad y del país: la confianza. Existen promesas históricas incumplidas, problemas de probidad y negligencia es cierto pero también es un mal dato que nuestra desvinculación con la política lo ha hecho posible también.

Hoy más que nunca la participación ciudadana más eficaz para el diseño de nuestras ciudades y para la recuperación de las debilitadas confianzas, es la que sucederá en las urnas, ejercer el derecho a elegir a nuestros gobernantes validados programáticamente y claramente mandatados por sus electores, es priorizar el bien común para este excepcional territorio.

Con un estado de ánimo diferente al de la queja, más involucrados con un espíritu de propuesta votemos por la ciudad-puerto que queremos.

Columna publicada originalmente en El Mercurio de Valparaíso.