Columna destacada: “Inyectando al paciente”

© desueños, vía Flickr

Esta semana, el diario La Tercera publicó una columna del arquitecto y doctor en Diseño Urbano, Pablo Allard, en la que da cuenta de la inversión prevista en 2004 para Transantiago por US$1.715 millones, de los cuales US$115 millones estaban destinados para la infraestructura de todo el sistema.

Asimismo, el arquitecto aborda la recién anunciada inversión por mil millones de dólares -como parte del Plan de Mejoramiento de Transantiago hasta 2018– y que, en su opinión, se debería enfocar más en el Metro por su rentabilidad social.

Lee la columna a continuación.

Importante señal ha dado la Presidenta Bachelet con el anuncio de una inyección de cerca de mil millones de dólares para el Transantiago. Importante, porque da cuenta de su voluntad por hacerse cargo de este “enfermo”, cuyo diseño heredó de la administración Lagos, pero que ella decidió implementar pese a las advertencias que en esta columna hicimos y pese a lo que dictaba su propia intuición.

Aunque usted no lo crea, Transantiago es probablemente el mejor sistema de transporte público de Sudamérica, y no lo digo yo, sino voces tan autorizadas como el ex alcalde de Bogotá y padre del Transmilenio, Enrique Peñaloza, así como un estudio realizado por The Economist el 2011.

Esto se explica porque pese a los evidentes problemas de infraestructura, frecuencias y malas condiciones de confort y servicio, el Transantiago es el único sistema en una gran ciudad latinoamericana que ha logrado integrar el Metro con los buses troncales y alimentadores. El problema es que lo barato nos salió caro, groseramente caro.

Para dimensionar lo que nos costó el Transantiago, basta volver hacia finales del 2004 y revisar los montos de inversión pública previstos para financiar la infraestructura de todo el sistema, y que llegaban a 1.715 millones de dólares. Si descontamos los 1.600 millones de dólares reservados para la línea 4 del Metro, toda la infraestructura prevista para paraderos, corredores segregados, intermodales y mejoras en el entorno urbano totalizaba sólo 115 millones de dólares. O sea, con 115 millones se pretendía construir toda la infraestructura de superficie de un plan de transportes para una ciudad de seis millones de habitantes. El problema es que algún iluminado pensó que si las amarillas eran rentables, el sistema se debía financiar solo, y decidieron recortar todas las “obras” que serían responsabilidad del Estado. Esto llevó a errores de nacimiento tan grotescos como eliminar los paraderos con zona paga (que luego hubo que reponer con soluciones parche hasta el día de hoy), o entregar la propiedad y tuición de los terminales a los operadores privados, de manera que si les caduca la concesión, el Estado no tiene dónde poner los buses. Estos “ahorros”, sumados a las fallas del sistema de control de flota y los malditos contratos, obligaron a todos los chilenos a desembolsar 15 mil millones de dólares para mantenerlo vivo.

Por eso es que no da lo mismo en qué se va a invertir esta nueva inyección de mil millones de dólares. Si se va a dilapidar en superficialidades cosméticas como habilitar wi-fi en buses, la verdad es que mejor que se invierta en más Metro, cuya rentabilidad social es evidente. Si por el contrario, se decide hacer una inversión real en ciudad, con paraderos dignos y corredores segregados de calidad como el recientemente inaugurado en Departamental, entonces valdrá la pena el riesgo. Eso sí, habrá que tener excesivo cuidado en el diseño urbano e ingeniería de detalle de estas inversiones. De lo contrario, nuevamente estaremos inyectando la medicina equivocada al paciente.