Descentralización y autodeterminación: La ciudad de Valparaíso y la oportunidad del fin de una condena catastrófica

Por Sergio Baeriswyl, Académico UBB y Premio Nacional de Urbanismo 2014 y Alberto Texido, Académico Universidad de Chile.

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Una vez mas, los eventos catastróficos recientes, entre ellos el incendio de Valparaíso, desnudan la precariedad de nuestras ciudades y en consecuencia los problemas del modelo de desarrollo que hemos generado -u omitido- para nuestras áreas urbanas. Cuando ya habíamos constatado que el actual modelo no se hacía cargo de los problemas ambientales, patrimoniales y de la creciente segregación, ahora nos damos cuenta que tampoco lo hacía respecto de los problemas de vulnerabilidad, riesgo y resiliencia.

El actual modelo de economía urbana ha permitido la imposición de una planificación desterritorializada, que no comprende del todo la diversidad y complejidad de nuestro país. Los tsunamis, incendios forestales o erupciones volcánicas, sorprenden una y otra vez a los instrumentos de planificación y a la legislación en general revisada y validada por el Nivel Central, sin la menor referencia o reconocimiento normativo, tal como si estos eventos no existieran, o no fueran parte de nuestra realidad nacional. Por otro lado, el modelo ha privilegiado la visión productivista del territorio, en la lógica del consumo de suelo y excluyendo la voluntad local y las aspiraciones de sus autoridades y habitantes.

Así, el rol dominante que sigue jugando Santiago en el territorio ahoga a las regiones, le resta protagonismo en las decisiones de inversión, impone su lógica en las normas generales de los instrumentos legales y desensibiliza el territorio. Se abre la pregunta sobre la prioridad que un modelo como éste puede dar a los problemas de prevención del riesgo en el caso forestal, y que en el incendio de Valparaíso fue clave para explicar las deficiencias del trabajo de extinción en el primer momento del fuego: equipamiento humano y material para la emergencia, ajuste en los plazos normados de la ¨época seca¨, generación del frente interno para las Fuerzas Armadas, que asumen como tarea de línea el trabajo de manejo de la catástrofe, como también su prevención, manejo y extinción.

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En cuanto a la regionalización, un primer paso está dado con la elección directa de CORES, pero ha de continuar con las Intendencias y Gobernaciones, respaldadas normativamente y con mayor autonomía presupuestaria, abriendo el debate sobre financiamientos regionales más focalizados en las prioridades locales, a lo cual se debiera sumar en el caso de Valparaíso, el royalty portuario, la ley de casinos, la zona franca, o luego de la experiencia del incendio y un sistema de grifos inoperativos, preguntarnos por la responsabilidad de los servicios de agua potable, que después de privatizados han debilitado su rol y aportes potenciales a los territorios servidos.

Por otro lado, el escalafón ausente en la administración territorial sigue siendo la coordinación metropolitana, que cuente con la capacidades, instrumentos y tiempo de pensar el territorio de la macroescala, el largo plazo y sus prevenciones, con presupuestos aptos y disponibles para, entre otras cosas, el manejo del riesgo intercomunal, como un problema que supera las fronteras de acción de los actuales municipios.

Y es que cuesta volver a aceptar que seguimos siendo reactivos, donde sólo puede tranquilizarnos saber que la herencia de cada gran catástrofe ha resultado en leyes y políticas públicas más duraderas por sobre el plazo de la emergencia -casos Norma Antisísmica desde el Terremoto de 1960, la creación de CORFO después del terremoto de 1939, la creación de cuerpos de bomberos después de grandes incendios). ¿Cuál será entonces nuestra posible nueva norma? ¿Norma y manejo de riesgo forestal? ¿Autonomía regional? ¿El fin del desmanejo de las zonas de riesgo? ¿La generación de proyectos de infraestructura que nacen verdaderamente desde y para las aspiraciones de la ciudad y sus habitantes?

Lamentablemente, la loma calcinada da la oportunidad de redirección, no obstante, el reconocimiento de experiencias y buenas prácticas recientes es prioritario. Los programas de recuperación de barrios, que han logrado integrar la inteligencia de las comunidades locales, las variables ambientales, sociales y económicas, permiten un acomodamiento de Chile al territorio en riesgo, y parece ser el único camino posible para la planificación y recuperación de la autodeterminación formal y funcional de las regiones y del 87% de los chilenos que habitan ciudades, de los cuales más de la mitad experimentan cada día una realidad urbana y territorial distinta a Santiago.