Los muros de la vergüenza: la destrucción del mural de Thierry Noir en el Barrio Lastarria

Por Rodrigo Vera Manríquez, Lic. y Mg. en Teoría e Historia del Arte. Coordinador Área Teoría e Historia del Diseño de la Universidad de Chile.

La obra de Thierry Noir en Santiago ha desaparecido. Mejor dicho, ha sido destruida -probablemente- por intereses inmobiliarios que solo vieron en el muro caras alargadas de colores sobre un fondo azul.

De todas maneras, poco importaba si quienes cometieron tamaña destrucción del patrimonio visual público de Santiago, hubiesen sabido lo que se demolía.

Un muro. ¿A quién le podría importar tanto un muro? ¿Qué trascendencia podría llegar a tener una muralla pintada con caras alargadas de colores?

Mucha, más de la que podemos imaginar. Y aunque de manera tardía, cuando ya no hay nada más que hacer, porque su destrucción fue total, vale la pena señalar una o dos ideas sobre quién es este Thierry Noir, su importancia mundial en el graffiti y lo que significa perder esa obra que estaba enclava en el corazón del Barrio Lastarria.

Atendiendo al contexto general, esto parte mucho más atrás del inicio de Thierry Noir en el street art. Tiene que ver con el más famoso muro de occidente, el que no necesita presentaciones. Ese que separó las dos alemanias durante casi tres décadas.

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Con una reputación que ahorra explicaciones más profundas, basta sólo mencionar que el muro –sí, el muro de Berlín- se levantó en 1961 con el nombre oficial de Muro de contención antifascista; mandado a construir por parte de las autoridades de la ex RDA, fue durante toda su existencia, objeto de discordia y un icono del siglo XX.

Imposible olvidar esas imágenes, transmitidas por todo el mundo, de alemanes de ambos lados, martillo en mano, destruyendo y cruzando el muro para abrazarse a los sones de la novena sinfonía de Beethoven, gente desconocida que por razones ideológicas, eran rotuladas por las autoridades como enemigos políticos. Pero esas imágenes de alegría contrastan con las otras, las que resultan también imposibles de olvidar, las de cientos de alemanes que murieron tratando de cruzar esa muralla que dividió el mundo, que marcó un enfrentamiento ideológico materializado en ladrillos, actor protagónico de la Guerra Fría.

Una famosa fotografía del año 1961, muestra como en el Checkpoint Charlie, punto fronterizo del Berlín occidental controlado por los E.E.U.U., tanques soviéticos y norteamericanos se miraron frente a frente, dispuestos a iniciar la tercera guerra mundial si así se hubiera dispuesto. Sólo los separaba el muro.

¿Pero qué vínculo podría tener el muro de Berlín, con una muralla del barrio Lastarria? Thierry Noir logra conectarlos.

Ese mismo muro, sobre el que tanto se reflexionó, en un momento comenzó a ser pintado, y uno de los pioneros en hacerlo, a riesgo de perder su vida, fue Thierry Noir.

© Rodrigo Marín Matamoros, vía Flickr.

En una entrevista concedida a la DW, la cadena de televisión más importante de Alemania, el artista declaró que comenzó a pintar el muro “para no volverse loco”.

En 1982, a los veinticuatro años, un joven Thierry Noir llegaba a Berlin occidental desde Lyon, atraído por la vida cultural de la capital alemana. Instalado en un viejo hospital que funcionaba como vivienda colectiva para jóvenes artistas, Noir veía todos los días desde su ventana, esa muralla divisoria a solo cinco metros de su residencia.

Resulta verosímil entonces la respuesta dada a la pregunta de porqué comenzó a pintar el muro. Primero vino él, luego lo acompañaron una serie de otros artistas que encontraron en los cuarenta y cinco kilómetros de longitud de la muralla, el soporte perfecto para plasmar sus inquietudes visuales, aquellas que hablaban de Guerra Fría y miedo a la catástrofe nuclear.

Continúa diciendo Thierry Noir en la entrevista, que el riesgo de pintarlo era enorme, ya que eran conocidas las instrucciones de disparar hacia cualquier persona en actitud sospechosa, la que perfectamente podía ser atribuida a un grupo de jóvenes que se acercaban al muro cargados con botes y latas de pintura.

Fue así como este artista definió su lenguaje de colores planos y formas cerradas, ya que según relata, ante la necesidad de pintar lo más rápido posible para evitar ser descubierto, precisó de trazos rápidos para colorear la mayor superficie en el menor tiempo; la contingencia política, hacía surgir un lenguaje visual que sería icónico durante la existencia del muro, y casi legendario después de su caída.

Tanto así, que una vez luego de los abrazos alemanes televisados tras derribar el llamado “muro de la vergüenza”, vino la necesidad de testimoniar su existencia, y que mejor manera de mantener viva la memoria, que una galería de graffiti, esta vez por el lado este; nacía así la East side Gallery, la galería de graffiti más larga y significativa de occidente.

En esta galería de histórico soporte, si todos los artistas tienen una superficie asignada para su mural, Thierry Noir tiene el doble. Un justo reconocimiento al pionero del arte mural coloreó el símbolo de la Guerra Fría.

Es más, en la polémica remodelación de la Postdammer Platz, expresión posmoderna del nuevo Berlín unificado, se decidió dejar un fragmento de muro en pie: uno pintado por Thierry Noir.

Todos estos antecedentes, no hacen más que reforzar la importancia de este artista francés residente en Alemania. Dan cuenta de un periodo histórico que se debatió en la polarización ideológica, y que posteriormente, en un contexto global, permitió la masificación de su obra desde Berlín al mundo.

Varios países acogieron su obra, y el 2009 le tocó el turno a Chile. Traído por la Embajada de Alemania y el Museo de Artes Visuales, Thierry Noir pintó el mural de calle Lastarria, que hoy ya no existe.

Poco antes de viajar a Europa por unos meses, fui a Lastarria a sacar unas fotografías del mural. Quería complementar un registro que había iniciado en Berlín, quería irme con fotografías recientes de la obra en Chile, para compararlas con las que estaban emplazadas en distintas partes del viejo continente. Tenía la intención de hablar justamente de esto, de que su lenguaje –por más colorido y lúdico que parezca- es el fiel exponente de uno de los más relevantes hitos de la historia reciente, ese que el historiador inglés Eric Hobsbawm señala como el término del llamado siglo XX corto.

Estando ya en Europa, un día recibo un mail de mi amigo Mauricio Vico, experto en gráfica política, en el que venía adjunta una foto del mural en pleno proceso de destrucción. Llegado a Chile, fui a ver que quedaba: un portón de metal reemplazaba la muralla.

Era la obra de uno de los grandes exponentes del muralismo político de la segunda mitad del siglo XX, porque sí, su obra puede ser leída desde una óptica política al comprender su contexto, su lenguaje, más allá de sólo ver caras alargadas de colores. Era gratis, ya que si bien estaba arrinconado por contenedores de basura, se encontraba en un concurrido lugar del centro de Santiago. No era necesario ir a un museo para ver una obra de relevancia mundial.

Y hoy adquiere ese nuevo contexto, el de haber sido destruido por la falta de conciencia patrimonial, en una época en que la especulación inmobiliaria todo lo puede. Su destrucción no deja de tener un rendimiento político, en un marco de permisividades aberrantes que atentan contra el patrimonio. Otra falacia más de un mal comprendido concepto de libertad.

Es así como Thierry Noir conecta la historia de dos muros, el más polémico de todo occidente, y el otro muro de la vergüenza, el que estaba en Lastarria esquina Rosal.

Columna publicada originalmente en FAU Opina.