La construcción del lugar como primer paso hacia el barrio

Por Claudia Nicolini Saldaño, Arquitecto. Área Desarrollo del Hábitat, TECHO – Región de Valparaíso

“Cuando el espacio se ve dotado de significado humano es que se convierte en lugar” – Place, Tim Creswell

¿De qué manera se hace lugar?

Varios geógrafos se han empeñado en estudiar lo que es el lugar y de cómo este se distingue de lo que conocemos como espacio. Entre ellos, Edward Relph, geógrafo estadounidense de la década de los ´70, plantea que el lugar va mas allá de una simple locación o ubicación, no es sólo un punto que se puede reconocer en un mapa, sino que tiene que ver más con un conjunto de la naturaleza y cultura.

Valparaíso está ubicado en la zona central del país, tiene una superficie de 401,6 km2, que cuenta con 42 cerros y una zona denominada “Plan”. Estos datos nos arman el aspecto espacial geográfico de la ciudad, pero no son suficientes para conocer la posibilidad de lugar que la comuna conforma.

Dar lugar a algo tiene que ver con el intervenir. Así como el proceso médico, el territorio al ser tocado, al estar construido, es cuando pasa a ser lugar para acoger nuevas vivencias. Como una primera idea, se puede decir que tiene que ver con conjugar el habitar de las personas con los rasgos del territorio.

Una primicia para poder reconocer los lugares es entender que estos son vividos. La experiencia se presenta como una parte fundamental de lo que se ha podido denominar lugar.

La intervención con equipamientos de primera necesidad en los campamentos de nuestra región y el trabajo en conjunto con los pobladores se presenta como un acercamiento para construir lugar. Esta intervención puede abarcar distintas escalas y pasa desde equipamiento comunitario (construcción o mejoramiento de la sede del Comité), equipamiento urbano (la construcción de huellas de hormigón, pasarelas de madera, elementos que mejoran la accesibilidad desde la residencia de los pobladores con las conexiones más cercanas) a equipamiento sanitario (construcción de fosa séptica, estanques de aguas, que vienen a ser elementos básicos de primera necesidad y que debieran estar resguardados desde las entidades estatales), y, finalmente, a espacio público (áreas verdes, plazas de juego, etcétera).

Aunque en el territorio estos proyectos se puedan ver como una intervención mínima, su valoración pasa por el impacto y la trascendencia que estos tienen en las comunidades, tarea difícil si se piensa que se puede cuestionar este tipo de proyectos al tratarse de familias que viven en asentamientos informales y están insertas dentro de una situación “transitoria” o de paso (transitoriedad que en muchos casos ha durado más de 15 años; por ejemplo campamentos como El Vergel, Mesana, o Sor Teresa en Valparaíso y Manuel Bustos en Viña del Mar) pensando que se está a la espera de una solución definitiva y que corren el riesgo de en cualquier momento sufrir un desalojo por parte de las autoridades, o algún tipo de catástrofe natural debido a los terrenos en los que se encuentran emplazados, como los que están en fondos o laderas de quebradas, constantemente expuestas a sufrir aludes en invierno y a incendios forestales en verano.

Claramente estar en un estado de vulnerabilidad constante no es una forma estable y permanente de vivir, y no se debe ocupar como excusa para no hacer nada para cambiar o mejorar la calidad de vida de los habitantes.

El trabajo comunitario es sumamente importante ya que es lo vivido, la relación entre experiencia y lugar es inseparable. Este primer término es lo que hace el lugar.

En la medida en que ciertos recintos o espacios abiertos se vivan, reside la importancia significativa que se le otorga. Esta carga emocional o vivencial es la que produce un reconocimiento con el espacio, ya no queda como algo genérico y amorfo, sino que comienza a construir una forma ahora moldeada por los pobladores, quienes lo experimentan y lo convierten en su lugar, ahí nace el sentido de propiedad y pertenencia, que para algunos suena contradictorio al no ser ellos dueños legales de su terreno, pero que para las comunidades es algo que sobrepasa esa primera mirada racional impuesta.

Se cuestiona el intervenir en un territorio que está inserto dentro de un marco de “ilegalidad”, pero también se puede ver cómo hacerse cargo de los 182 campamentos que componen nuestra realidad regional, y a la vez develar que el trabajo comunitario con la participación de los pobladores es una vía válida y es el primer paso necesario para generar comunidad (de las bases para construir el barrio) pensando que es uno de los pilares fundamentales de nuestra sociedad. Aun así la recuperación y resignificación del territorio no pueden pasar sólo por la intención de una comunidad, debe ser una postura tomada de las entidades políticas; generar un proyecto en común es clave para la recuperación de espacios, creación de lugares y levantamiento de una comunidad.

Los asentamientos vulnerables se convierten en lugar a través de la intervención de su territorio, este proceso en donde se inserta infraestructura y equipamiento comunitario genera el soporte digno en donde se pueda estructurar la comunidad.

Ésta es una primera escala trascendental para la revitalización de la ciudad, presenta el ser interior de la comunidad y de alguna manera es clave porque es donde todo parte y nace.

El espíritu comunitario se presenta como el eje fundacional del barrio, y éste como la unidad que contiene y representa la identidad de una comunidad, desde ahí se debe exteriorizar para aspirar a tener ciudades más inclusivas y a un país más democrático.

“La democracia nació en los barrios y sólo los barrios la pueden revivificar“