Columna “Hacia un Santiago de calidad mundial: Providencia, un modelo”

Por Miguel Laborde, El Mercurio. (21/12/13)

Es una comuna coherente. En parte, por su muy buena urbanización a partir de Ricardo Lyon Pérez, y luego por ese milagro de que dos arquitectos de ideas similares -con la misma formación en la Universidad Católica de Valparaíso- hayan liderado su transformación desde los años 60. Entre uno y otro, por medio siglo. Son Germán Bannen, premio Nacional de Urbanismo (el que abrió el espacio para la Nueva Providencia), y Jaime Márquez, el de las ciclovías y el eje de transporte público por las avenidas centrales de la comuna.

Providencia iba camino a la destrucción, a punto de ser arrasada por vías rápidas que comunicaran -a cualquier precio- el centro con Vitacura y Las Condes. Iba a ser sacrificada “por el progreso”, y, por el contrario, se transformó en un ambiente dotado de arbolados barrios residenciales, mucho comercio, equipamiento educacional, centros deportivos municipales de calidad, bibliotecas comunales y hospitales, todo cuanto necesita un “ciudadano”; incluso, con esos barrios como Bellavista, Italia, la Pequeña Providencia y Orrego Luco, que aportan carácter a todo Santiago. Providencia es una “comuna ciudad”, y por eso la buscan los jóvenes urbanitas.

Márquez, aquejado de una enfermedad seria -por fortuna, en remisión-, se apresuró a escribir un libro pequeño y compacto para transmitir su buen saber. Podríamos decir sabiduría, porque dirigió por un cuarto de siglo la revista CA (Ciudad y Arquitectura), del Colegio de Arquitectos, donde abrió espacios y debatió incontables ideas y proyectos.

Su libro, “Senderos en el bosque urbano”, busca encontrar un claro, un espacio de luz, donde podamos detenernos a mirar esa maraña que es la gran ciudad contemporánea.

El problema de las leyes urbanas es cosa seria en la ciudad chilena. Es un marco rígido, pero por debajo -y Márquez cita la genial frase de Nicanor Parra “En Chile no se cumple ni la ley de la selva”- las tensiones son tormentosas.

Nos recuerda cuánto se ha invertido en autopistas internas y tren subterráneo, hasta lograr la excelencia, en comparación con las redes de transporte público de superficie, aunque éstas siguen siendo el gran medio de los millones que habitan las periferias.

Hace ver Márquez que se ha presionado a Providencia hacia alturas excesivas, cuando hay un óptimo para la ciudad (también rentable) en torno a los 7 u 8 pisos. Sobre las deseables redes de áreas verdes, recordamos cómo se tejió la que enlaza parques, luego dotadas de ciclovías, a través de la comuna.

Nos recuerda que la autoridad y el pueblo son quienes deben decidir qué hacer, y los “demiurgos” -los arquitectos urbanistas de nuestro tiempo-, resolver cómo hacerlo. Esto sucede en pocas comunas.

Solidez y estética han copado la agenda, comenta, pero se ha olvidado la comoditas de los renacentistas, ese agrado que atrae el deseo de estar y quedarse; esa sabia consideración de vista, temperatura, proporción, que lleva a millones de turistas a los lugares donde alguna vez se logró.

Márquez cita la frase del jefe sioux, el que se resistía a vender sus tierras al gobierno de Estados Unidos, arguyendo que tal cosa sería “el fin del vivir y el comienzo del subsistir”. Si las autoridades creyeran en los urbanistas, si la sociedad invirtiera más en pensar y mejorar las ciudades, otra grandeza nos cantaría. Habría que regalárselo, de Navidad, a todos los alcaldes del país.

Deseo de navidad

Si las autoridades creyeran en los urbanistas, si la sociedad invirtiera más en pensar y mejorar las ciudades, otra grandeza nos cantaría.