Lost Acapulco: violencia y fantasía espectacular junto al mar

Texto y video por Alan Grabinsky.  Steinhardt School of Culture, Education and Human Development. MA Student in Media, Culture and Communications 2011-2013, New York University.

En el sur de Acapulco helicópteros con ametralladoras pasan apuntando hacia los bañistas. Las vacaciones, interrumpidas por el espectáculo de la violencia urbana.

Acapulco es ahora una especie de Rio de Janeiro, es decir, una metrópolis turística hiperviolenta en un lugar paradisiaco junto al mar. Al igual que en Rio de Janerio, el problema no es solamente el narcotráfio: el crecimiento desproporcionado y descontrolado que ha descentralizado la ciudad.

La fórmula de construcción que se comió la bahía de Acapulco se está repitiendo al sur, lejos de la ciudad central. Los complejos residenciales comen la playa, dejando una calle “costera” con Wal Marts y centros comerciales. La gente que vacaciona en esta nueva zona, llamada Diamante, ya no sale a la bahía: “¿El Acapulco viejo? ¡Hace años que no voy para allá!”

Se supone que la llegada de los militares ayudaría a asentar la calma en la bahía. Pero, según algunos locales, la presencia del Ejército es espectacular: enfocándose en las playas donde se encuentran los desarrollos nuevos y donde vive la gente más influyente.

En el viejo Acapulco, donde se necesita seguridad de la que no se ve, está desértico todo después de las 6 de la tarde. Es una espectacularización de la violencia: nadie espera que el helicóptero mencionado arriba dispare a los bañistas, el efecto es un efecto estético.

Y es que, Acapulco desde siempre, ha sido presa de un turismo voraz irresponsable. Después de contaminar el mar de la bahía los “hotspots” turísticos se han desplazando hacia el sur, dejando la famosa bahía desértica y mal mantenida. Como respuesta, los antiguos hoteles han perdido su símbolo de estatus, pues no pueden competir frente a los desarrollos monumentales que se dan al sur de la ciudad.

La Bahía de Acapulco: metrópolis hiperviolenta en un contexto pariadisiaco

La escasa vida pública que tenía esta ciudad ya no existe–se ha desplazado el centro de la ciudad. El movimiento de Acapulco hacia el sur se está dando por medio de desarrollos construidos en Puerto Marqués y Playa Diamante. Estos conjuntos, mundos en sí mismos, tienen absolutamente todo para que nunca tengas que salir del lugar. La exclusividad se mantiene por medio de casetas de policías que niegan el acceso a la calle.  En el caso de Puerto Marqués, la construcción se da a pesar de las críticas de los locales sobre la contaminación del mar. Puerto Marqués es un pueblo aguerrido que llevaba peleando contra esta construcción por muchos años. Pero, como me dijo uno de los locales, “ya no se puede quejar uno pues le dan cuello”.

Playa Caleta: es de la playa más viejas de la ciudad, desplazada por playas como el Revolcadero.

Y es que, en el Acapulco turístico, la vida pública siempre se ha dado en espacios privados. Los resorts, destinos en sí mismos, son lugares donde las albercas y los lobbies servían de espacios sociales por excelencia. Los “indeseables” eran negados la entrada por la seguridad del hotel. En este sentido, el cadenero es la más larga tradición de la ciudad. Y la fórmula no se ha agotado. Los nuevos desarrollos “all-inclusive” son respuesta y causa de la falta de espacios públicos en la calle. El enfoque en lo privado–aunado a la corrupción en las bienes raíces– ha hecho que el crecimiento de Acapulco tienda hacia la privatización de cada vez más playas y vida social en general.

Vieja historia mexicana: la corrupción y los intereses inmediatos le ganan a la planificación a largo plazo. Hoy, casi todo terreno junto al mar se ha privatizado. Los edificios tapan el acceso público a las playas, discriminando el acceso por factores económicos, religiosos y hasta raciales.

Uno de los ejemplos contemporáneos de cómo la vida pública de Acapulco se da en lo privado es “La Isla”. Este centro comercial, auto denominado como “Shopping Village” por sus desarrolladores, se encuentra lejísimos de lugares clásicos del turismo nacional como la Playa Condesa en la Costera. Su fin es, precisamente, suplir dichos lugares. A falta de un lugar público, uno inventa sus espacios fantásticos para socializar.

La Isla es un mundo aparte, un ambiente kitsch en el cual la vida transcurre con “naturalidad”. Al entrar ahí uno se transporta a un mundo mágico de canales de agua donde circulan góndolas venecianas manejadas por piratas con loros verdes sentados dócilmente sobre sus anchas espaldas.

La Isla es una burbuja, la violencia de la ciudad se queda afuera. Es un Truman’s World dentro del cual agentes de seguridad privada (en Kakis-safaris africanos) y cámaras por doquier brindan cierto sentimiento de seguridad. Por el precio de un boleto de estacionamiento se puede pagar este confort . El complejo arquitectónico parece decirle a los visitantes: “Allá afuera se estarán matando, pero aquí tú puedes comprar con seguridad”.

En este “pueblo” uno puede encontrar la vida nocturna de Acapulco fuera de Acapulco.Carlos and Charlie´s, una cadena de restaurants, tenía una sucursal en plena playa costera, ahora, su espacio en el centro comercial de La Isla es lo único que queda de este lugar. De noche los s seguidores de Luis Miguel ligan con chicas como si estuvieran junto a la playa, pero basta con ver hacia afuera para darse cuenta de que están pasando su noche en un centro comercial.

Mapa viejo de Acapulco: la parte más exclusiva de la ciudad se encuentra ahora al sur, fuera del mapa(derecha)

El “viejo Acapulco” estas palabras antes designaban una parte de la bahía, ahora la designan en su totalidad. La razón: el desarrollo turístico desenfrenado, que ha negado la historia y la unidad de esa ciudad. En algunos años, la mancha urbana de Acapulco llegará hasta mucho más abajo, y la exclusividad se moverá más y más hacia el sur.Si no se desarrolla una política de turismo a largo plazo que rescate los diferentes focos turísticos de Acapulco, éste quedará como un hueco, una bahía con gente viviendo ahí, pero sin vida pública y social de calidad.