Un status urbano de lugar: ¿Hacer ciudad es hacer negocios?

Por Dr. Arq. Guillermo Tella, Doctor en Urbanismo, Lic. Rodrigo Silva, Licenciado en Urbanismo

© Guillermo Tella. Fotografía tomada en Santiago de Chile

En la ciudad encontramos varios discursos: el discurso del orden, dado por el Estado a espacios y actividades; el discurso del poder, dado por las relaciones de fuerza instaladas; el discurso de la diferenciación, dado por su propia cualidad urbana. Existe entonces un discurso urbano, legitimado socialmente, en el que la ciudad “nos habla” para expresar orden, poder y diferenciación. La presencia de marcas simbólicas señala orden y diferenciación y, en esa lógica, se fomenta un modelo de ciudad como espacio de negocios que acentúa las diferencias en el derecho que tienen a ella los distintos sectores sociales.

A diferencia de las características de crecimiento urbano identificadas en el período de sustitución de importaciones de mediados del siglo veinte -en que la ciudad atravesaba las etapas de extensión, consolidación y densificación-, hoy la construcción de la ciudad se explica -en términos de Juan Lombardo- a partir de tres procesos de actuación: calificación del espacio, valorización del territorio y diferenciación espacial, donde el Estado se ocupa de regular y sostener el mercado del suelo, el casco consolidado y las áreas de asentamientos populares; mientras que el capital privado organiza importantes fragmentos del territorio y desarrollar las áreas donde realiza sus propias inversiones.

Estos procesos generan en la ciudad nuevas relaciones entre espacio, poder e identidad. Tales relaciones se expresan mediante símbolos: elementos materiales que comunican ideas o valores para ordenar y configurar el territorio, la población y las inversiones. De modo que el símbolo constituye uno de los factores de diferenciación de lugares. Dado que los símbolos son entendidos sólo en su contexto de referencia, contribuyen a construir identidad, cultura y ciudad.

Se pone en evidencia la necesidad de reflexionar sobre las dimensiones simbólicas en el proceso de construcción de la ciudad. Sabemos que existen marcas físicas y simbólicas en su organización, que la constitución de esas marcas se producen al momento de ser concebida socialmente, que el acceso de los distintos sectores sociales al espacio construido es diferencial, y que existen diferencias en el acceso real de la población a la ciudad.

Las marcas simbólicas

En esa línea, en el análisis simbólico del espacio urbano los conceptos en discusión suelen ser: la autoridad, la centralidad, la legitimidad, lo público, lo privado. Con lo cual, el proceso de organización de los elementos urbanos implica la toma de decisiones previas por parte de las autoridades municipales.

El sistema social constituido funciona dentro de un determinado orden. En ese orden, la construcción del espacio es también de carácter simbólico. El espacio se organiza a partir de zonas con distinta calificación y precio y son ocupadas por sectores sociales distintos, con demarcaciones distintas. Con lo cual, permite mantener la diferenciación de actores en la distribución del territorio. Se trata de elementos que indican un status urbano de la zona. De este modo aparece el orden como expresión de una amplia y compleja red de actores interrelacionados y de una constelación de signos que demarcan el territorio.

Hablamos entonces de un nuevo mecanismo que interviene en la construcción de la ciudad. ¿Cuáles son entonces esas marcas simbólicas? El tipo de construcciones, el mantenimiento edilicio, tipo de vivienda, estado de la edificación, materiales predominantes, expresan el mayor contraste social y económico de un barrio que al mismo tiempo coincide con el orden que expresa la acción del Estado: zonificación, retícula, trama, uso del suelo, infraestructura, equipamiento, seguridad, precios del suelo. Estas marcas se ordenan en el territorio a partir de diferencias que expresan un orden.

Desde esta perspectiva, se intenta dar cuenta de las divisiones físicas y simbólicas detectadas y la distribución de los distintos sectores sociales en el espacio construido. La organización del espacio, la consistencia del tejido, el tratamiento paisajístico, la valoración inmobiliaria, el carácter de la trama, los sistemas de control, el cuidado del entorno y los tipos de regulación constituyen algunos de los principales ejes examinados.

A partir de la construcción de una variable compleja, capaz de definir el acceso real de la población a la ciudad en un área de estudio, desde ámbitos académicos se ha comenzado a diseñar instrumentos de actuación que tiendan a fomentar un modelo de ciudad que reduzca las diferencias entre el derecho y el acceso real de los distintos sectores sociales al espacio construido.

El orden en la ciudad

La ciudad es una construcción protagonizada por el conjunto de los actores de una formación social que se origina en su accionar en los procesos de reproducción de sus vidas en un territorio concreto. Las acciones y las prácticas que los actores sociales realizan en ese marco van construyendo la sociedad, la economía y el espacio urbano.

La espacialización de esas acciones y prácticas implica la distribución no arbitraria de trabajo, tiempo, funciones y personas, que aparecen muy precisamente organizadas en el territorio a fin de obtener la máxima eficiencia en la reproducción de las inversiones realizadas, mantener el orden y las diferencias alcanzadas entre los actores.

En esa construcción se generan relaciones de poder y de mantenimiento de las relaciones que sostienen ese poder. Entre esas relaciones -en términos de Pierre Bourdieu- se estructuran por campo y dimensión (económico, social, etc.) y se organizan en sistemas (por ejemplo, la circulación: espacio público, calle, vereda, semáforo, etc.) conectados por una secuencia de símbolos, que se entrecruzan y articulan entre sí.

El espacio urbano expresa múltiples significados que se organizan en el territorio en base a la decisión de actores mediadores, tales como el Estado o los inversores privados, que transforman el espacio urbano de un modo organizado, que es aceptado por todos los actores sociales que lo ocupan. Esta lógica se impone, se acepta y expresa el poder en la toma de decisiones. El carácter de signo de un fenómeno no está dado por lo que ese fenómeno es, sino por lo que representa ser. Muchas de esos signos construyen una imagen de ciudad como espacio de negocios.

En la ciudad existen signos que se vuelven símbolos, íconos e hitos que actúan sobre la subjetividad, que reproducen ideologías, que marcan diferencias y ordenan el territorio. Las marcas simbólicas son parte constitutiva del proceso de construcción de la ciudad. El Estado sostiene el orden en el territorio, el mercado lo diferencia y se ordenan las relaciones de poder y las distancias sociales. La diferenciación del territorio se vuelve también simbólica en el discurso social, que se expresa en el territorio ordenado y se instala como un nuevo mecanismo que interviene en la construcción de la ciudad.

La ciudad nos habla

Los actores que intervienen en la construcción del espacio son: el Estado municipal, los desarrolladores inmobiliarios, los constructores, las organizaciones sociales, los comercializadores de tierra (martilleros públicos y empresas inmobiliarias), los propietarios del suelo y los diferentes vecinos. Cada uno de estos desde su capacidad de acción contribuye a cargar de sentido al espacio urbano en sus distintos puntos, generando una diferenciación visible, con elementos reconocidos por todos.

El Estado desde la normativa regula la propiedad privada (dominio de la parcela), la zonificación y el sentido del desarrollo del territorio. Regula desde la calificación mínima del espacio hasta la altura de la edificación y la ocupación de la parcela. Asimismo, decide qué zonas serán destinadas a vivienda y cuáles a comercio, a industria, etc. Esto determina el tipo de infraestructura que deberá proveerse, la densidad y la capacidad edificable del suelo pero no su valor ni su diferenciación simbólica, solo su diferenciación por equipamiento y uso. El valor lo otorgan las relaciones de mercado, que instalan a la propiedad como símbolo de poder económico.

En la ciudad entonces aparece un discurso diferenciador que expresa la lógica sobre la que se reproduce el sistema complejo en que nos desarrollamos, sin que notemos esas diferencias, como parte de nuestra cultura. La ciudad nos “habla” de propiedad privada y de diferencias entre sectores, y nos expresa poder, diferenciación y orden: la calle para los automóviles, la vereda para el peatón, la circulación como permiso dado por el orden, instituido y estructurado.

En el espacio urbano encontramos un doble discurso. El del “orden” -dado por el Estado- y el de la “diferenciación” -a partir de la implementación de diferenciación del espacio construido, en base a los precios según calidad urbana-. La diferenciación simbólica se muestra con elementos de status, de poder, de nivel socioeconómico, de exclusividad, de diferencias graduales. La ciudad adquiere una entidad discursiva. Ofrece símbolos, signos, íconos que expresan las relaciones sociales entre actores que los conformaron.

El Estado cumple la función de ordenar el territorio. Ordena las actividades y el espacio de modo tal que se vea favorecida la reproducción social y económica dominante. Este es el rol que tiende a asumir del Estado en la conformación de la ciudad, con el propósito de permitir un mejor desarrollo de las inversiones privadas. Hablamos entonces de una peculiar articulación de fuerzas entre estos actores, que se apropian de territorios como áreas de oportunidad.

(*) Versión adaptada del paper presentado en 2010 en el XI Coloquio Internacional de Geocrítica, Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.