Territorios de protesta: El espacio público como escenario de resonancia

Por Dr. Arq. Guillermo Tella, Doctor en Urbanismo y Martín M. Muñoz, Tesista de Urbanismo

Salir del espacio conocido de nuestras casas a la calle supone traspasar el umbral de lo propio para lanzarse a lo compartido. Cada jornada es un adentrarse a la sorpresa de lo que depara el girar cada esquina, muchas veces en una mecánica automatizada por la velocidad de la vida urbana de hoy en día. Sin embargo, ese ámbito común para los millones que viven en una ciudad como Buenos Aires es para otros tantos un espacio vivido al ritmo de la manifestación y de la supervivencia que buscan llamar nuestra atención e interpelarnos en nuestra consabida rutina diaria.

Introducir el debate en torno al espacio público es comenzar a adentrarse en un espacio amplio de una polisemia intrínseca. Tal es así que podemos reconocerlo en las formas de apropiación subjetiva que cada sector social hace del mismo. En este sentido, el Arq. Julio Ladizesky apunta en su artículo Los espacios de centralidad barrial: la calle y la plaza cómo cada uno de esos sectores interactúa necesariamente con el espacio público inmediato y lo hace propio, imprimiéndole sus necesidades, sus actividades, su idiosincrasia, sus anhelos y deseos, entramándose con él en un vínculo estrecho que da cuenta de su identidad. Además, cada uno de ellos lo ha empleado a su manera y a su turno como espacio de protesta también.

En este punto, cierto es que una parte de la población desearía eximir al espacio público de ser el escenario eminente de expresiones de reivindicación y de protestas, pero no debemos perder de vista que, sin dudas, la ciudad ha sido por excelencia el escenario central de luchas sociales. Tal es así que, en los últimos años, hemos presenciado el surgimiento de experiencias tanto de denuncia como también de reparación del tejido social, donde “cacerolazos”, “escraches”, “piquetes”, “cartoneo”, “okupaciones” y “culto a tragedias” son algunas de las expresiones urbanas más visibles en los años recientes.

Apropiaciones sociales del espacio


Si nos remontamos a la crisis que conoció su clímax en diciembre de 2001 y los meses anteriores y subsiguientes, la memoria nos recuerda una situación de anarquía y movilización generalizada, en la que la calle fue tomada por la ciudadanía como espacio re-significado para prácticas deliberativas y solidarias, pero también para vandalismos y desobediencias.

Durante varios días se llevaron a cabo saqueos organizados a comercios y supermercados en los barrios populares de la periferia y expresiones de repudio en las áreas consolidadas por parte los sectores medios y medio-altos de la población. Si bien, una década después, la situación a cambiado y han ido menguando y mutando sus actores, de alguna manera estas prácticas se instalaron en el paisaje cotidiano, incorporados definitivamente dentro del repertorio de los medios de acción colectiva directa.

La apropiación del espacio es cómo cada actividad se integra al mismo, apunta el Arq. Ladizesky en su texto antes mencionado, y añade que “se produce cuando un grupo ocupa y reinstala en un ámbito para desarrollar una actividad”, entrelazando su vida con ese espacio social, creando “un acontecimiento que se suma a la historia del lugar”. En este mismo sentido, Julián Rebón, Director del Instituto de Investigaciones Gino Germani (UBA), señala que los distintos sectores sociales suelen tener repertorios de acciones, es decir, poseen de algún modo “libretos para protestar” en cada ámbito, algunos de los cuales son más homogéneos, otros más heterogéneos.

Además, agrega que en el último tiempo hubo formas que estuvieron, en cierta manera, más “modulares”, ya que tuvieron formas que las usan distintos sectores, por ejemplo, los cortes. Así, adquieren distintos matices y formas según quien lo ejerce. Por ejemplo, señala que no es lo mismo el corte de rutas de un movimiento de trabajadores desocupados que los cortes que realizan productores rurales, quienes lo que hacen es como una especie de corte selectivo, depende mucho de las demandas y las características.

El significado de un espacio


Los espacios guardan una memoria de los acontecimientos que se desarrollan a diario en ellos, e incluso, muchos quedan signados por durante décadas por la trascendencia de hitos históricos o actividades que los marcan para siempre. En este sentido, Julián Rebón nos puntualiza que existe un permanente proyecto de discusión del simbolismo y de los espacios públicos: “en este sentido, me parece que nunca queda definido de una vez y para siempre.”

Así hay algunos espacios que han quedado bastante significados, entre los que la Plaza de Mayo es uno de ellos, la representación del espacio político por naturaleza en el país. La Plaza es, en el campo de la movilización, también el espacio permanente en disputa: “ahí fueron las movilizaciones durante Malvinas, fueron el 2001, prácticamente fue la plaza del ‘sí’, fue la plaza del ‘no’, fue el cacerolazo del otro día, fueron muchas de las movilizaciones del Gobierno, es el espacio en disputa porque es el espacio más clásico de la acción movilizante del país”, comenta Rebón.

Pero también apunta que hay otros que sí están mucho más en clave en relación con distintas entidades, –por ejemplo, el puente Pueyrredón, el puente de Gualeguaychú –, los cuales han quedado de algún modo connotados. No obstante, esto no quiere decir que en el fututo no puedan quedar connotados otros de otra manera. En verdad, precisa, lo que pasa es que la memoria es un proyecto abierto que nunca se pierda, es de disputa.

La disputa del espacio público se reconoce tanto en numerosas experiencias de denuncia, pero, al mismo tiempo, también en otras de reparación del tejido social que han surgido y adquirido visibilidad desde aquella emergencia de la primera década del 2000. Entre ellas, podemos destacar tres tipos: itinerarios de protesta, espacios de recursos y resignificaciones sociales.

El itinerario de la protesta


Cacerolazos, escraches, piquetes y asambleas barriales son términos incorporados en el léxico actual y que fueran acuñados en el fragor de las resistencias y movilizaciones sociales de la crisis del modelo económico de la convertibilidad. Son sin dudas las formas más reconocidas de los medios de acción directa en el espacio público y las más conspicuas por su montaje temporario pero ostensible por sus repercusiones en el funcionamiento general de la cotidianeidad urbana. Con ello logran, por lejos, el objetivo buscado de “hacerse oír” y dar a conocer el motivo de la protesta. Dentro del repertorio de acciones se reconocen:

– los “cacerolazos”: manifestaciones de protesta en calles y avenidas por parte los sectores medios y medio-altos de la población, muchas veces caminando hacia la Plaza de Mayo.

– los “escraches”: concentraciones masivas de repudio a representantes considerados protagonistas de actos de corrupción, frente a los edificios donde trabajan o residen.

– los “piquetes”: movimientos de trabajadores desocupados que bloquean los principales puentes de acceso y avenidas de la ciudad, con “acampes” y quema de neumáticos.

– las “asambleas barriales”: espacio deliberativo autogestivo que recupera la calle para el encuentro social y propone construir vínculos alternativos y cooperativos entre vecinos.

– las “ocupaciones de indignados”: que ganaron protagonismo en la reciente crisis económica global en los países centrales, son movilizaciones de acampe en el espacio público.

El espacio como recurso


Pero para otros sectores, el espacio público es, al mismo tiempo, la fuente de sus recursos para la subsistencia. El recorrido cuasi nómade de una parte de los sin techo, la ocupación de intersticios urbanos por la otra parte, convive con la recolección de los desechos de los sectores que se ubican más arriba en la pirámide social. Entonces, en la ciudad de hoy nos encontramos este cuadro de situaciones que la lengua popular ha bautizado como:

– el “cartoneo”: decenas de miles de hombres, niños, jóvenes y hasta familias enteras lanzados al cirujeo en las calles, recogiendo residuos recuperables en la vía pública;

– las “okupaciones”: toma clandestina de edificios que en general se encuentran abandonados, obsoletos o degradados, por parte de grupos de familias “sin techo”.

– las “microvillas”: invasiones de reducidas fracciones de tierra en áreas pericentrales por parte de sectores populares excluidos, que conforman pequeños “barrios de lata y cartón”.

En este abanico de situaciones aparentemente diversas, pero aunadas en la necesidad básica de supervivencia: “el cartoneo es una forma de sobrevivir y que no implica mayormente repertorios de acción colectiva” considera Julián Rebón.

Un sábado por la mañana, lejos del trajinar de personas durante los días de semana, resalta un grupo de cuatro o cinco jóvenes que pernocta en uno de los pequeños espacios ajardinados de la plaza Lavalle. Ahí conviven como compañeros de vicisitudes dentro de refugios formados con cajas de cartón y trapos tan frágiles como sus aspectos. Bajo la mirada del resto, uno de ellos reclama por el tren de los cartoneros con el que ya no cuentan desde el conurbano bonaerense, por lo cual les conviene más quedarse y pasar noche en la plaza de Tribunales, para salir de ahí a hacer las recorridas buscando cartones y otros residuos útiles en el barrio.

En otro sector de la ciudad, Daniel Palacios (cartonero, 36) cuenta que hasta el ’99 tuvo un trabajo como el de cualquiera hasta que lo despidieron. Con una familia que sostener, se atrevió a ser cartonero, de un día para el otro, y fue aprendiendo a “pulirse” en el oficio. Esto lo lleva a confiar que con el tiempo se van a ir puliendo, también, todas las asperezas con el vecino y el resto de la gente, “que todavía ve un cartonero y cierra porque tiene miedo, que le roben. Primero que nada hay mucha inseguridad, y la gente desconfía, tiene miedo de cualquiera que pasa por la vereda”.

El espacio de la resignificación

Durante la primera década de este siglo, el Área Metropolitana de Buenos Aires conoció un abanico amplio de resignificaciones del espacio público que el tejido social encontró como forma de volver a cohesionarse. Así, se difundieron experiencias colectivas, surgidas en grupos al comienzo dispersos, pero que luego supieron encontrar variables de articulación en distinto grado y catalizados en torno a formas de supervivencia en un contexto de crisis socio-económica:

– las “fábricas recuperadas”: ocupación y puesta en funcionamiento por parte de los propios trabajadores afectados de industrias abandonadas por sus propietarios;

– los “clubes de trueque”: espacios en los que se desarrolla un mercado de compra-venta, donde la transacción se efectúa por mero intercambio de bienes usados;

– las “ferias de barrio”: ámbitos de abastecimiento frutihortícola, resurgidas tras la crisis luego de décadas, tomando plazas y calles en zonas residenciales de sectores medio-bajos.

Horacio Campos, presidente de la cooperativa de IMPA, rememora en un documental el proceso de recuperación de la fábrica de aluminios: “cuando sentí que la fábrica estaba recuperada, sabés la alegría que me dio. En ese momento me dio ganas de llorar, porque en ese momento era una cosa que estaba perdida”. Pero, además, IMPA es un caso emblemático porque acoge en su planta de Almagro un centro cultural.

En consecuencia, el espacio público es construido por múltiples actores, desde múltiples lados, y no requiere simplemente una construcción por parte del Estado, desde arriba. También respira la construcción cotidiana desde los diferentes actores que la sociedad contiene. Y en esa diversidad, gana la ciudad.

(*) Versión adaptada de trabajo publicado en Buenos Aires (Argentina): Diario Perfil, Suplemento El Observador, noviembre 24 (pp. 60-61).