Columna – Desintoxicando el barrio universitario

(La Tercera. 01/11/2009)

Por Pablo Allard

Nuevamente está en debate la vida “paralela” que se experimenta en el denominado BUS o barrio universitario de Santiago. Por un lado las universidades y centros de estudio conurbados en los barrios Ejército, República, Beaucheff y Brasil se consolidan y amplían su oferta educacional con nuevas edificaciones, y por el otro se intensifica la actividad de boliches, salones de pool, pubs y discotecas 24 horas. Lugares de “evasión” que más de un dolor de cabeza les ha causado a vecinos y autoridades. Echarles la culpa a las universidades sería absurdo, ya que debemos recordar que, hace 20 años, fueron ellas las que iniciaron un proceso de recuperación y reconversión de un barrio entonces sumido en el abandono y deterioro, bajo una apuesta de “campus urbano” alineado con un proyecto académico inclusivo y pluralista. No se trata de inflamar nuevamente el debate sobre universidades cota 1.000 o cota 500, ya que desde que existen las universidades han convivido ambos modelos: el campus remoto o “ciudad universitaria” sajona o americana, donde se establecía una comunidad de excelencia dedicada al culto del conocimiento lejos de las distracciones mundanas, y por otro el modelo de universidad ciudadana europea, inserta en el tejido urbano, cultural y social de su entorno. Ambos modelos han resultado exitosos.

En este contexto, el BUS emerge como uno de los casos más exitosos de alianza público-privada a nivel local, bajo el alero de la Corporación de Desarrollo de la Municipalidad de Santiago y un grupo de universidades privadas que no sólo apostaban por el centro, sino, además, comprometían recursos para invertir en mejoras al espacio público y apoyo a la gestión municipal. Los resultados no se dejaron esperar, y la inyección de vitalidad y renovación que esta alianza produjo en el barrio es sólo comparable con el aporte que estas casas de estudio han hecho a la creación de capital humano, políticas públicas y desarrollo del país.

Junto con los estudiantes llegaron los autos, las fotocopiadoras, bazares y, lamentablemente, también los boliches, pubs y bares que tentaban a los estresados estudiantes (y a los flojos también) a evadirse por unas horas en un desenfrenado carrete.

Esto lleva a acusaciones cruzadas, y a las autoridades al dilema entre caducar patentes o apoyar a los pequeños comerciantes y locatarios. La solución no es fácil y de parte de la municipalidad debe venir acompañada de mayor capacidad de gestión, normas claras respecto del expendio de licores, y férrea fiscalización. Los centros de estudio, por su parte, no se deben contentar con campañas preventivas y claramente tienen que intensificar sus niveles de exigencia, en particular los institutos, así como implementar una política de actividades extracurriculares que pueda competir en atractivo y convocatoria con el carrete. Junto a ello, invertir en infraestructura deportiva. Por último, y el verdadero desafío que tienen estas universidades cota 500 a futuro, es el de expandirse territorial y curricularmente como universidades complejas, pasar de las ciencias sociales a las ciencias puras y aplicadas.

Una mayor diversidad de actividades y ambientes más estimulantes puede neutralizar las tentaciones del carrete y, por otro lado, puede ayudar a conquistar la nueva frontera del barrio de Avenida España como un gran polo de investigación y desarrollo. De ser así, eventualmente podremos desintoxicar el BUS, y el único alcohol que siga circulando sea el de los laboratorios.