Viña popularizada y la elite clamando exclusividad

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  • Fotografía Vía Flickr, CC, de pablovenegas

    No pudo dejar de llamarme la atención un artículo publicado hace algunos días en el diario El Mercurio titulado Vecinos y turistas critican que playas de Viña del Mar se han “popularizado”. La inquietud que me generó este artículo se refleja en principalmente tres aspectos que a continuación detallaré brevemente.

    Lo primero, una observación algo superficial, es que obviamente  la crítica por esta popularización viene de un grupo social que ha utilizado habitualmente estas playas y que se siente invadido; la pregunta que plantea esto es hasta qué punto el derecho sobre la hegemonía en un espacio está dada por haber llegado antes, estar hace más tiempo o ir desde la infancia a un lugar, sobre todo cuando estamos hablando de una ciudad y sus espacios públicos.

    Pero no se me mal entienda, no significa que la situación actual esté bien. El segundo punto que quiero compartir es precisamente este: nadie quiere playas sucias, vías colapsadas, calles inseguras o atochamientos de cualquier tipo. Claramente una ciudad que se ve enfrentada a fuerzas que antes no estaban en ella, se ve sujeta a un problema que seguramente la va a hacer cambiar; el asunto es cuál es el objeto de ese problema, si es la gente que llega o la ciudad que la recibe. Para mí la pregunta clave no debiese ser sobre la cantidad u origen de quienes llegan, sino de la capacidad de adaptarse de una ciudad a esos cambios para que sea grato para todos; ¿es el problema que llegue más gente de orígenes sociales distinto?  A mí entender no, precisamente por lo planteado en el primer punto; el problema debiese ser la ciudad, la planificación detrás de ella y la capacidad de adaptarse al aumento de personas, de autos, de teams de verano, de basura. Lo que resulta inquietante en las críticas presentadas por los vecinos y turistas, es precisamente que el foco de la solución pareciese no estar en cómo se adapta la ciudad, sino en cómo sacar a toda esa gente nueva de ahí.

    Guillermo Zúñiga, director del Comité Pro Defensa del Borde Costero y Avenida San Martín, declaraba, sólo por poner un ejemplo, que “Playa Acapulco claramente se está desperfilando y los grupos que llegan a nuestras playas se han popularizado más de lo normal.” Al menos a mí, tanto el concepto normal como nuestras, me parecen preocupantes para llevar a cabo el debate sobre el futuro  de Viña.

    En ese sentido, y para terminar, el tercer aspecto que plantea esta noticia viene de un origen muchísimo más arraigado en nuestra manera de vivir la ciudad. Y me refiero particularmente al uso del espacio público, cuya naturaleza hace que potencialmente sea la mayor fuente de encuentro e integración social, pero que aparentemente en Chile cada vez más se convierte en fuente de segregación. Nuestras ciudades son segregadas, nuestros barrios, nuestros colegios, nuestros hospitales, y nuestro espacio público también. Aunque quizá la gran excepción es, y debiese ser, la playa, ese lujo de espacio público que nos sobra en el país. Pero no, nos separamos unos de otros.

    El caso de Río de Janeiro me parece ejemplificador; obviamente en esta gran metrópolis existen playas más populares y otras más exclusivas, eso nadie lo pone en duda, pero el uso público y transversal de éstas es algo que ya nos quisiéramos en cualquier espacio común de nuestras ciudades. Con todos los problemas de desigualdad y pobreza que presenta una ciudad como Río de Janeiro, pareciese que en este tema hay una lección que debiésemos sacar, y es no tenerle miedo a las aglomeraciones, las masas, la gente; no tenerles miedo y en cambio planificar una ciudad capaz de contenerlas.

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