¿La clase media según quién?

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En la edición del 2 de enero de la revista Qué Pasa, se publicó un artículo titulado “La clase media del bicentenario”

, en el que se describían algunas características de la “nueva clase media”. Estas características corresponden a los datos arrojados por los estudios que Mall Plaza encargó a Adimark y Lado Humano. Esta situación se ha vuelto típica, siendo la Clase Media un tema del que muchos hablan, pero respecto a la cual la única información real disponible proviene de los estudios de mercado como éste, que persiguen entender los patrones de consumo de los grupos que no son ni pobres ni elite económica.

¿A nadie le parece raro? En el título del artículo se utilizan dos conceptos: “clase media” y “bicentenario”, para introducir el tema de los hábitos de consumo de las familias cuyos ingresos alcanzan en promedio entre $800.000 y $2.700.000. Cuando se habla de clase media, se está recurriendo a un lenguaje que proviene de las ideas de estructuración de clases de Marx; en el caso de Chile, la clase media sería un grupo que en un momento dado vino a ocupar los espacios de poder abandonados por la oligarquía en el Estado. Por otro lado, para fijar una caracterización a un horizonte temporal acotado, se habla del “bicentenario”; éste es un concepto que remite al recuerdo de la conformación del Estado-nación en Latinoamérica, en el cual las élites criollas decidieron independizar su gobierno de aquel ejercido centralmente por la corona española.

Se trata, en suma, de conceptos de raigambre histórica, social y política, vinculados con la tradición republicana chilena. Sin embargo, son utilizados aquí para referirse a una información que una publicación de elite dirige a quienes les interesa poder manejar la oferta para esa “clase media del bicentenario”. Este alcance particular, en mi opinión, es síntoma de una característica general de la realidad chilena actual.

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El Mall parece ser un fenómeno urbano intrínsecamente ligado a la Clase Media. Entre ellos, el Plaza Vespucio ha impactado fuertemente en la imagen y el estilo de vida santiaguino, localizado en una zona de mixtura social en el sur de Santiago, donde hoy se habla de “Clase Media”. Se trata, además, del mall con mayor volumen de ventas del país.

Hace un tiempo, nos preocupamos en la Revista Cientodiez por la “Clase Media”, y dedicamos un número a este tema, donde enfrentamos las visiones de historiadores, urbanistas, sociólogos y economistas.  Para el lanzamiento, el premio nacional de historia Gabriel Salazar hizo un recuento de lo que ha sido la clase media en Chile, llegando a su estado actual. Con la idea que partió, y con la que terminó cíclicamente su intervención, fue que en Chile existe un grado muy deficiente de información: la sociedad chilena no se ha estudiado a sí misma.

En relación a esto me surge una inquietud de índole política, aunque se aplica sobre fenómenos que están ocurriendo en ámbitos que no son necesariamente propios de la práctica política. Tiene que ver con algo que planteaba Carlos Peña respecto a la educación superior, en el que decía que corríamos el riesgo de que la fisionomía general de nuestro sistema universitario se pareciera a la suma de las partes, en las que las instituciones de calidad están tomando un sesgo cada vez más elitizante, marcado por la fuerte entrada de universidades de propiedad de los grandes grupos económicos; el espacio universitario, en términos de sus diferentes funciones de creación de ciudadanía, dotación de competencias, creación del conocimiento y difusión del saber, pasan a manos de quienes ya tienen el poder económico.

Este desequilibrio, que pareciera correr el riesgo de aumentar dadas algunas tendencias, se aplica también a otros ámbitos que, finalmente, inciden directamente en la búsqueda y administración del poder, es decir, la política. Tal es el caso de las enormes diferencias en la distribución de la riqueza, el capital social, el capital cultural, la participación en el Estado, y algo que tiene que ver con esta discusión sobre la Clase Media, que es la información.

Es decir, no tiene nada de malo que  se difunda que la “nueva clase media” es “gozadora”, las mujeres tienen más poder de decisión en lo que se compra, se gastan “$800.000 anuales en casa y decoración”, “$300.000 mensuales de mall al mes”, los “intransables” son “jeans, ropa interior, zapatillas y zapatos”, y que se trata de mujeres y hombres “marqueros y dispuestos a desembolsar”. Sin embargo, hay algo ahí que como sociedad no debemos ignorar. El hecho es que de la “Clase Media” del “Bicentenario de la República” se habla poco, y cuando se hace es transformada en un tip de mercado; en una información valiosa para retailers.

El asunto es que en paralelo, conversando con Oscar Landerretche respecto al trabajo del consejo de Equidad y Trabajo, supe que existía escasa información respecto a aspectos finos de la empleabilidad en Chile, por ejemplo; no se tiene información cierta de cómo se consigue trabajo, siendo este tipo de redes algo fundamental para entender el estado del capital social, e importantísimo para entender a la clase media.

Ocurre la paradoja de que los “grupos medios” son cada día más significativos en el espacio social chileno, pero siendo “sector social”, no concurren como “actor social”; no existe una demanda organizada, aunque sus problemas y deseos sean abundantes, múltiples y fundamentales. Y respecto a la información, poco se sabe en el detalle de escala de “zapatos, zapatillas y jeans”, de las implicancias de los datos macro que indican que más del 60% de los ingresos de las familias chilenas se va en deudas, información que viene del control financiero del Banco Central (no de un estudio de la Clase Media), pero que ilumina algo de lo que aparentemente habría que saber más en detalle.  El problema es que, así como sucede en tantos ámbitos, la pregunta termina siendo ¿Quién podría pagar por ello?