La Universidad… o lo que queda de ella (a propósito de la polémica causada por Felipe Berríos)

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El padre Felipe Berríos encendió la polémica los últimos días a partir de su columna titulada “Extranjero en su País” en la Revista El Sábado, hablando de las “Universidades sobre la cota mil”. Frente a sus palabras, muchos se sintieron aludidos y en medios como El Mercurio del pasado domingo se han realizado verdaderas defensas a universidades como Los Andes, Del Desarrollo y Adolfo Ibañez. En los dichos de Berríos hay una crítica a la desconexión de estas realidades de lo que pasa en el resto de la ciudad, haciendo un paralelo entre el grado de integración espacial con la relación de estas instituciones y la realidad social chilena.

El tema de la segregación socio-espacial en Santiago no es nada nuevo. Al menos desde los 90s el fenómeno ha venido siendo abordado por especialistas del área urbana, sin que, por supuesto, haya ido abordado en forma seria como algo a combatir por parte de quienes toman las decisiones.

El primer foco más evidente fueron las concentraciones de pobres en algunas áreas de la ciudad; la guetización, como muy bien lo explica Manuel Tironi en “La Nueva Pobreza Urbana” , ha sido parte de un proceso en el que, producto de la explosión de construcción de viviendas sociales desde hace un par de décadas, hemos decidido acumular pobres en enormes extensiones de ciudad, donde hoy concentramos patologías sociales de complejidad abrumadora, transformando la imagen tradicional de los pobres “sin techo”, en los “con techo”.

Esta tendencia a la segregación ha sido estudiada y caracterizada en un modelo de expansión de las metrópolis latinoamericanas, muchas de las cuales presentan sectores de concentración de altos ingresos, tal como ocurre en Santiago con el “cono” que sube desde Plaza Italia pasando por Providencia, Las Condes, Vitacura y Lo Barnechea, extendiéndose en parte a La Reina, y a algunos sectores de Huechuraba y Peñalolén.

Ésta es la otra cara de la segregación: la de los ricos. Este tipo es mucho menos permeable que la de los pobres, puesto que es mucho más difícil poder integrarse en los sectores de mayor acumulación y valores de suelo, contrario a los fenómenos recientes en los que la escasez de suelos hacen que el mercado de viviendas utilice terrenos cercanos a los “guetos” para localizar una oferta de mayor estándar, generando, a la larga, diversidad socioeconómica.

Al Cono de Altos Ingresos no entran otros, si es que no es para trabajar durante el día. Es en este sentido que podemos utilizar a Francoise Ascher, cuando dice que “las ciudades reflejan y cristalizan las lógicas de las sociedades que acogen”. La impermeabilidad de la segregación en Santiago es equiparable a los patrones de reproducción social chilenas, en los que la elite local es endogámica e impenetrable. Ya se ha discutido al respecto cuando se relacionan los altos cargos de gerencia, tanto públicos como privados, y los colegios de procedencia. Tradicionalmente la sociedad chilena ha perpetuado unas élites bien definidas, e incluso espacialmente bien localizadas, que se forman en instituciones muy específicas, construyendo capitales relacionales que perpetúan el status quo.

El fenómeno hoy apunta además hacia la privatización de los espacios de la élite, especialmente en sus tradicionales circuitos del sistema educativo, tanto en los colegios como en las universidades. Cada vez son menos los establecimientos públicos que tienen impacto en los principales grupos de poder, como alguna vez lo fue cierta clase media burocrática construyendo redes en los liceos y universidades estatales que desembocaban finalmente, y no en pocas ocasiones, en el poder del Estado.

Dentro de la educación se ha vivido un intenso proceso de expansión basada en el juego de un mercado poco regulado, en el que las universidades privadas han cambiado la antigua realidad de las instituciones de educación terciaria. Este cambio no sólo ha operado a nivel general, sino también dentro de la elite; antiguos reductos tradicionales de los sectores derivados, de alguna manera, de la antigua oligarquía conservadora, como la Universidad Católica, reforzados como baluartes de algunos sectores después de 1973, hoy pierden su exclusividad y ven trasladados algunos de sus roles hacia nuevas instituciones. Por ejemplo, dentro de lo que puede definirse como una cierta elite económica conservadora, ya hay instituciones “de elite” que cubren perfiles como el ultra conservador en la U. de Los Andes – relacionada al Opus Dei –, más permeadas por el discurso neoliberal y en relación con la UDI como la U. del Desarrollo, o el imaginario liberal de la U. Adolfo Ibañez. Son justamente estas nuevas universidades de elite las que se ubican “sobre la cota mil”, a las que Alude Felipe Berrios, confirmando así los dichos de Ascher, en los que una parte de la estructura social se reproduce en un fragmento de la ciudad, y el todo refleja las segregaciones en ambas.

La fragmentación de las metrópolis que entran en el juego de la globalización es algo que la experiencia internacional disponible señala como inevitable. Sin embargo, en la discusión planteada por Berríos se señala una discusión que efectivamente podemos tener, frente a un tipo de realidad, en que los jóvenes chilenos se forman, que no tiene una razón natural de ser así. Hay una serie de decisiones discutibles que finalmente ponen ahí, de manifiesto, en la ciudad innegable, el tipo de sociedad que algunos se están imaginando y poniendo en práctica. Lo hacen en lo que debiera ser nuestra mayor máquina de concretar sueños: la Universidad… o lo que queda de ella.