El lado amable y ciudadano del fútbol chileno

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Este post no quiere presentar ninguna prueba concluyente sobre las barras y los estadios del fútbol Chileno, aunque sí compartir una constatación que tal vez puedan hacer también otros que, como yo, vienen de regiones; eso de las barras bravas parece ser bien distinto fuera de Santiago. Hace poco caí en cuenta de mis muchos recuerdos de pequeño yendo al fútbol, y eso que no soy nada de futbolero; viendo las típicas imágenes en la televisión sobre la violencia en los estadios, parecería algo de otra época. Sin embargo, he vuelto a ir al estadio y, en medio de la barra, puedo afirmar que en Chile aún existe el fútbol como espectáculo ciudadano y el estadio como una infraestructura urbana de celebración al deporte y al esparcimiento en familia. A continuación una ida familiar al estadio en fin de semana.

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Un breve paso por Rancagua antes de la vuelta a las actividades normales en marzo. Estamos con la familia y hay programado y anunciado un partido de O’Higgins de Rancagua, quien enfrenta como local a Deportes Concepción. La nostalgia es grande y el día nublado en pleno febrero anima. De ahí somos.

No hay demasiada presencia policial; se respira un aire tranquilo, y los hinchas caminan con sus camisetas celestes desde varias cuadras. El Estado el Teniente es parte de la identidad rancagüina. No solo por algún tipo de retórica local, sino porque gran parte de los trabajadores de El Teniente, que ahora son padres y abuelos de muchas familias de la ciudad, pusieron parte de sus ingresos para posibilitar la construcción de la galería “Angostura”, el gigante de hormigón que corona el estadio en el lado norte y que fue levantado cuando éste fue una de las sedes del Mundial de Futbol de 1962. En esta galería se ubica regularmente la “Trinchera Celeste”, la barra oficial del club. Una de las dos barras locales, porque la otra se agrupa al otro lado del campo de juego, dejándole a las otras barras el único espacio de las pequeñas galerías laterales.

Lo primero que sorprende es la cantidad de niños. La gente concurre en masa y en familia al estadio. Todos vienen bien celestes, lamentablemente yo le presto mi camiseta de cuando hinchaba de pequeño a mi hermano menor, así que dejo de ser parte de los más orgullosos.

El partido no es uno importante, y el equipo no se ha lucido; no hay demasiada convocatoria. Curiosamente, la galería “Angostura” se repleta. La razón: todos se dirigen directamente a engrosar la barra. Nada de mantenerse al margen de los lienzos, humo celeste y bengalas ocasionales; todos son la barra. Ahí conviven desde los veteranos que ven el partido escuchando la radio hasta los niños muy pequeños que vi en la entrada y que acá parecen multiplicarse portando globos del color del club. Además de los muchos adolescentes, porque en Rancagua ir al estadio se ha puesto de moda entre los colegiales. Ya no vivo acá, y no se por que pasará esto, pero hay algo que es claro: no hay riesgos para que esto no suceda. Casi hay más lolas que lolos, algo que no pasaba cuando yo estaba en el colegio, y estoy seguro que tampoco llegó a ser una moda ir al estadio, ni entre los hombres.

Es un espectáculo tranquilo. Alegre porque O’Higgins gana 1-0.

Nuevamente, todo el mundo se va, y yo me pregunto si es inevitable la violencia en los estadios que sale en las noticias. En Rancagua, no tan lejos de Santiago, ir al estadio fue un panorama agradable.

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