Ciudadanía Rural // Capítulo I

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imagen original de flickr.com/photos/gotencool/

 

Una visita que hace algunas semanas pudimos hacer con el equipo de la Revista Cientodiez invitados por la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Talca, nos permitió conocer el trabajo que proponía el taller de alumnos de IV año dirigido por el profesor Andrés Maragaño, en torno a un concepto potente: la “ciudadanía rural”.

Teniendo como orientación la experimentación con miras a la innovación, en este tipo de talleres los estudiantes desarrollaban proyectos que, como indica la frase, apuntaban a la consolidación de una “ciudadanía rural” o a la capacidad de una propuesta de formalizar y fortalecer vínculos sociales y productivos que efectivamente ocurren en el territorio rural, pero a una escala mucho menor que en la ciudad [lo que las hace mucho más precarias].

Lo impactante del tema es que podría transformarse en un asunto central, dado el modelo de desarrollo que Chile ha elegido…

En los últimos años, comisiones presidenciales que integran al mundo público y privado han definido los lineamientos para el modelo de desarrollo del país. A partir de un análisis de nuestras debilidades y fortalezas en el ámbito productivo, se ha llegado a decir que nuestra integración a la Economía del Conocimiento debe ser a partir de la generación del ansiado desarrollo tecnológico, pero paradójicamente vinculado a la explotación de recursos naturales.

¿Por qué paradójicamente? Porque el tema de la Economía del Conocimiento está asociado a la innovación; y típicamente este tipo de desarrollos están asociados a la producción de manufacturas. El asunto es que, según el documento “Hacia una Estrategia Nacional de Innovación para la Competitividad” del Consejo de Innovación, esa asociación es un error que lleva a quienes conducen las políticas de desarrollo a olvidarse de las ventajas comparativas en terrenos ya ganados. En el caso de los países subdesarrollados como los latinoamericanos, esto habría hecho que constantemente se diera la espalda a la capacidad ya ganada en cuanto a explotación de recursos naturales.

El asunto es el siguiente: en Chile ha aparecido transversalmente en las agendas políticas el tema de la Potencia Agroalimentaria. Este objetivo de desarrollo es muy compatible con el modelo planteado como la vía chilena a la Economía del Conocimiento asociado a nuestro capital ya ganado en la Industria Primaria. Esto coloca al campo en la mira del desarrollo, y nos impone como sociedad el deber de hacernos cargo de la compleja relación entre la capacidad productiva de estos territorios y su tejido social.

¿De qué nuevas maneras nos haremos cargo de este territorio?

Aparecen complejidades en lo social, en lo económico, en lo político, en lo cultural, en lo ambiental y así sigue. Por ejemplo, si en la complejidad urbana se han desarrollado enormes conflictos entre la conciliación del desarrollo económico, la justicia social y la definición del bien común, es luego de un enorme ir y venir que podemos, por último, darnos cuenta de lo que nos falta para poder manejar semejante complejidad. Donde había vacíos de participación, aparecen agrupaciones vecinales, medios como Plataforma, instituciones privadas y públicas (y mezclas) y así una innumerable cantidad de actores que al final reflejan la fortaleza de esta compleja red que es lo urbano.

Pero ¿y qué pasa en esos territorios donde esas relacione son tan leves como las huellas que se dibujan sobre su paisaje? ¿Cómo podría mediarse entre la escala social tan mínima y lo enorme de los intereses con los que tiene que convivir?

Si llegan a contener una parte tan importante de nuestro capital, el manejo de estos territorios se volverá un tema diferente al de ahora, donde habrá que generar instrumentos de diseño, planificación y desarrollo. Ahí podremos probar si el hecho de declarar el interés en ellos, los hará, así como pretendemos hacerlo en las ciudades, lugares más justos y habitables.