Fragmentos de ciudad: el Cité

El cité es una tipología arquitectónica que aparece a fines del siglo XIX. Se dice que el primero de éstos fue encargado por Melchor Concha y Toro al arquitecto Emilio Doyere, para que sus parientes en desfavorecida situación económica tuviesen dónde residir. Sin embargo, sabiendo que no eran ellos precisamente los más desposeídos de la sociedad, esta tipología termina adoptándose como una de las soluciones más comunes y eficientes al problema de la habitación obrera.

Hoy en día, el cité aparece como una reminiscencia de lo que fue la ciudad, como si portara una pesada carga histórica pero en una escala más pequeña, sumado a la magia de encontrarlos de repente -si el peatón despistado tiene suerte o buen ojo-. El cité aparece escondido dentro de una trama determinada, revelándose como una sorpresa, un guiño, una nota anexa, pero en armonía con la partitura de la ciudad.

El cité se es un conjunto de viviendas de fachada continua que enfrentan un espacio común, privado, el que tiene relación con la vía pública a través de uno o más accesos. Su denominación tiene como origen esta forma especial de relacionarse con el espacio público que recuerda la “cité” o ciudadela medieval amurallada (Ortega, 1985; 18). La cantidad de viviendas por cité depende principalmente de la superficie edificada por casa, ya que su tamaño puede variar entre los 35 y los 80mt2 aproximadamente (esto generalmente dependiendo del estrato socioeconómico al que se destine). Podían tener uno o dos pisos y en varias ocasiones incorporar un patio interior. A diferencia de los conventillos, las viviendas de los cités incluyen los servicios (baño y cocina) en su interior y no en un espacio común. Por lo general se construían en adobe con tejas de arcilla. Por su parte, el espacio central del conjunto aparte de cumplir con la función de acceso y distribución hacia las casas se constituyó en varios casos como área verde para el conjunto a través de pequeños jardines, consolidando el espacio de encuentro entre los vecinos.

Cites en Santiago / Fotografa: Oscar Gutirrez

Lo curioso es que a pesar de la conciencia del Estado a fines del siglo XIX por los problemas de la vivienda, la mayoría de los cités fueron construidos no bajo políticas estatales, sino por instituciones de beneficencia de carácter privado y católico. Este hecho sirvió de base para la acción que comenzó a desarrollar el Estado en la primera década del siglo XX con la promulgación de Ley Nº 1838 de Habitaciones Obreras en 1906. Ésta buscaba apoyar la moción de una mayor construcción, higienización y normalización de la vivienda popular. Asimismo ofrece incentivos para los privados que fomentaba la construcción de este tipo de viviendas.

Cites en Santiago / Fotografa: Oscar Gutirrez

El éxito de la implementación de la tipología de cité estuvo principalmente definido, aparte de la construcción de viviendas de beneficencia católica, por dos factores. Primero, en el negocio inmobiliario mismo, determinado por los privados que buscaban lucrar a través del sistema de arrendamiento. Las clases acomodadas comienzan a abandonar el centro de la ciudad; al migrar hacia otras áreas residenciales (debido a la necesidad de contar con barrios altos más exclusivos y a un cambio de expectativas residenciales), no encuentran demanda habitacional del mismo estrato para sus anteriores viviendas. De esta manera se da paso al sometimiento de estos lotes o inmuebles a un proceso de subdivisión y arrendamiento fraccionado para sectores de menores ingresos, propiciando la aparición de conventillos y cités (Urmeneta, 1984).

En segundo lugar, la instalación de los cités se dio fundamentalmente en un contexto formal determinado: la grilla ortogonal del centro. Los cités se configuran a partir de los fondos de manzanas ortogonales, donde se aprovechaban las partes centrales, reloteando y construyendo en función de un vacío central longitudinal paralelo a uno de los ejes de las calles principales. De esta manera, los cités no pueden emplazarse en cualquier parte. Su razón de ser tipológica está sujeta a esta condición previa, que es hacerse de los fondos de sitio. No alteran el trazado preexistente, sino más bien, lo completan. Su espíritu es aprovechar el vacío de las manzanas a través del mecanismo de densificación.

Cites en Santiago / Fotografa: Oscar Gutirrez

A partir de 1940, la construcción de cités y viviendas colectivas decae en las áreas centrales. Esto debido principalmente al agotamiento de terrenos, cambios en la perspectiva de localización y de diseño de vivienda, modificaciones en el mercado inmobiliario que comenzó a hacer más rentable la construcción de viviendas en la periferia y al impacto de las políticas públicas y de vivienda que se concentran en la periferia. (Urmeneta, 1984; 34). Sumado a este hecho, en la década siguiente, se da la progresiva desaparición de conventillos y cités debido a los planes municipales de remodelación urbana. También se estanca este uso por las sucesivas regulaciones de los arriendos.
De esta manera, el cité se transforma en una tipología habitacional en peligro de extinción, que hasta el día de hoy se ve amenazada por factores como el deterioro y abandono, ligado al perfil predominante de sus habitantes (principalmente grupos socioeconómicos medios bajos de tercera edad). Pensar en una futura desaparición, más que cueste asumirlo, duele. El cité esta cargado con un misterio que nos conmueve; una carga conceptual que se encarna en una forma determinada y que nos conecta con una idea romántica de habitar la ciudad.

Más que nada, el cité es sinónimo de vida de barrio, de comunidad, de compartir con el vecino, del encuentro en un espacio común (el patio central), conectado al resto del mundo (al insertarse en la trama del centro de la ciudad). Es ser parte de un sistema de manera armónica, conceptual y formalmente. En el espacio de encuentro se genera una identidad colectiva que la mayoría de las veces refuerza el tejido social de la vecindad. Lo que lo hace coherente con la lógica de su aparición, no sólo por la adaptación a la forma de la manzana, sino por lo sensato que era disponer de esa manera las viviendas.

Sin embargo, toda esta carga conceptual no aparece si no es en una forma determinada. Aquí cabe el clásico, ¿qué viene primero: el huevo o la gallina? El cité contiene ese significado que es imposible que reluzca si no es a partir de su forma. El cité se constituye morfológicamente a partir de su relación entre lleno y vacío. La forma del cité, a partir de su altura y la ocupación de la manzana, que no hace ruido en su contexto. Es una manera armónica de complementar el territorio a partir de la densificación.

En este punto, la fachada continua juega un rol determinante. A partir de ésta se genera una inmediata relación morfológica entre llenos y vacíos, que dramatiza el espacio central. Se genera una perspectiva dirigida, del control del espacio, de saber qué esta pasando al interior del cité. No hay intersticios entre las casas que no permitan un dominio total del espacio colectivo. De esta manera se ensalza el sentimiento de seguridad en comunidad.

La fachada continua tampoco implica rejas. Así se evita esa insidiosa separación entre el espacio público y privado, donde se puede ver lo del vecino, pero no tocarlo ni ser parte de eso, o donde lo propio se exhibe, pero no se comparte. El muro pasa a ser un simple límite que media entre lo público y lo privado y que determina que lo público es público porque se ve al mismo tiempo que se puede habitar. En el cité no hay espacios ambiguos. Asimismo, ambas situaciones se potencian; el espacio privado puertas adentro es la identidad de la familia. Fuera de ese límite, aparece inmediatamente, el mundo colectivo, pero de la pequeña comunidad, de la vecindad, como una situación que media entre la identidad propia y la sociedad.

Por otra parte, la fachada continua no sólo determina una manera de habitar el espacio, sino que también connota una carga histórica. Es parte de un imaginario colectivo: todas las ciudades fundacionales de Chile, aparte de poseer una trama ortogonal en planta, mantenían este principio formal. Lo mismo ocurre con su materialidad: el adobe para los muros, la arcilla para su techumbre de tejas; materiales nobles provenientes de la tierra misma.

Existe también otro fenómeno relacionado con la morfología del cité, que es el de sus medidas y proporciones: en Santiago cuesta encontrar espacios –salvo éstos- a una escala exclusiva para el peatón. El vació central del cité es un espacio longitudinal y estrecho, que mantiene un relación similar a la de la altura de sus edificaciones. Las medidas suelen oscilar entre los 3 y 8 metros, en ambos sentidos, pero la proporción suele ser generalmente 1:1. Igual a la que propone Cerdá para el Ensanche de Barcelona, influenciado por el espíritu higienista de la época, arguyendo que es una proporción adecuada para la correcta ventilación e iluminación tanto del espacio público como privado. Tal vez esa proporción que denota un sentido funcional, despierta otra emoción anexa, de sentir, por fin, el espacio sólo para el hombre, a su escala. Y acá aparece la nostalgia, el preguntarse dónde están estas instancias, estos espacios en la ciudad.

Tal vez los cités hoy en día no son más que piezas de museo dentro de la urbe. Sin embargo, nos dejan un par de reflexiones a la hora de de plantearnos cómo seguir urbanizando la ciudad: ¿se pueden densificar de manera armónica?, ¿existen tipologías que exacerben más la identidad de una ciudad, como el caso de la fachada continua en Santiago?, ¿puede el sector privado hacerse cargo de las necesidades habitacionales de los más pobres haciendo piezas urbanas ejemplares?

FUENTES:

LINKS DE INTERES