¿Barrio Rojo en Santiago? Not In My Back Yard!

Hace un par de semanas ha vuelto a instalarse el debate en torno a la idea de colocar un barrio rojo en nuestra capital. El principal argumento: la prostitución clandestina acarrea consigo una serie de situaciones no deseadas como la delincuencia, el narcotráfico y la sensación de inseguridad. De esta manera aparece la hipótesis de que se pueden aislar estos fenómenos al aglutinar y regular el comercio sexual a través de la delimitación de un área que cumpla con ciertas normas y condiciones específicas.
Ahora, si se asegurara la separación de estos detractores, ¿estaría Santiago listo para tener un barrio rojo?

El comercio sexual en Santiago, guste o no, es una realidad innegable. Por lo mismo, es necesario que exista un lugar físico disponible para que la actividad se pueda realizar. En Chile, a pesar de que la prostitución -de personas adultas- sea legal, los burdeles están prohibidos, lo que determina que el ejercicio de la actividad se haga de forma clandestina, en lugares cerrados, edificios residenciales o, simplemente, en la calle por las noches. Este hecho, como afirma el abogado Cristián Riego, “genera el deterioro de los barrios, impide un efectivo control de entradas en los edificios, brinda cobijo y oportunidades de actuación a cogoteros y lanzas, al mismo tiempo que genera oportunidades de corrupción para funcionarios del Estado.”

Por esto la implementación de un barrio rojo sería una posible solución para, por un lado, disolver los núcleos de delincuencia y, por otra, establecer un control del comercio sexual en Santiago, que asegure el buen funcionamiento del sistema (tanto en términos de salubridad, higiene, seguridad, organización, etc.).

Un caso emblemático en este aspecto es el archiconocido Barrio Rojo de Ámsterdam, que se instaló en el centro neurálgico de la capital holandesa. El problema, en vez de erradicarlo, negarlo u ocultarlo se asumió de una manera audaz, no sólo al localizarse en un punto de la ciudad de alto flujo turístico, sino por su aspecto arquitectónico; las primeras plantas de los edificios se transformaron en grandes vitrinas que en las noches se iluminan con neones de colores, exhibiendo –con un dejo de ironía- a sus productos: chicas (en la mayoría de los casos) semidesnudas tratando de cautivar a algún caminante indeciso. Y si no son vitrinas, el equipamiento es del rubro: variados sex shops o locales asociados.

Debido a esta “jugada estratégica” de emplazamiento, el barrio trascendió hace años su mera función de prestación de servicios sexuales potenciando su rol turístico. Por esto mismo se transformó en un lugar seguro, ya que está constantemente vigilado por las hordas de extranjeros que pasean –especialmente- de noche. El problema pasó a ser una virtud para la ciudad, que aparte de otorgar carácter e identidad, puede controlar de mejor manera el SIDA y mantener a raya otra serie de posibles complicaciones que conllevaría este tipo de actividad.

Sin embargo los holandeses, para poder tomar esa decisión, tuvieron que ser antes abiertos de mente y dejar los prejuicios de lado.
¿Y cómo se ve el panorama por casa?
Bastante polémico…

Para muchos –especialmente en nuestro país de tan conservador espíritu- la instalación de un barrio rojo resulta bastante complicada. “La moral y las buenas costumbres” suelen ser muchas veces avasalladores argumentos que simplemente no permiten validar esta realidad. O bueno, si se valida, pero quizás van a ser pocos santiaguinos –o santiaguinas- dispuestos a vivir con el barrio rojo al lado de su casa. O en su comuna.
Unos dicen que sería mejor en el Centro, otros en Providencia (asociado al mercado de Suecia) o en Las Condes (que ofrecería eventualmente mejores condiciones de seguridad al ser una de las comunas más pudientes del país). Y aquí sin duda comienza la pelea. Lo más probable es que el barrio rojo se mantenga mientras tanto en su categoría de NIMBY: (Bueno ya, pero) Not In My Back Yard.

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